
La noticia resulta simpática cuando uno decide tomar ligeramente lo que en realidad ofende.
Cuando la leí en el email de un amigo, me sorprendí; cuando vi las fotos en la página web La Jiribilla, tuve la doble sensación de morirme a carcajadas y vomitar.
Aquellos gordos y viejos personajes fantasmagóricos, viviendo de la nada cotidiana en un país donde les pagan por esas payasadas de ocasión, escritores devenidos profesionales por la obediencia, acostumbrados a no trabajar más allá de las tertulillas de la UNEAC y las reuniones entre amigos cuando desatan su ingenio cultural criticando la dictadura que obedecen día a día, encaramados en los techos de casas destruidas, haciéndose fotos publicitarias y declarando que “estaremos aquí hasta que la revolución nos necesite”, porque no han tenido el valor de decir que el motivo de ir a esas zonas desastrosas ha sido ayudar a la gente simple que pudiera necesitarlo y no las alabanzas viles a la “revolución”.
Demagogia latente, inutilidad y aburrimiento, además de la protección de sus privilegios vitales en La Habana, movieron a esta brigada de artistas “Venceremos”, en lujosos ómnibus y campamentos de estilo turístico donde beben y comen lo que les falta a los damnificados debatidos entre el desamparo y el dolor.
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