Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



martes, enero 28, 2014

Indagación a Martí: El Apóstol y nuestras circunstancias.

Esta conferencia tiene ya algunos años. La escribí a propósito de la inauguración de la exposición del pintor y amigo Pedro R. López sobre la iconografía martiana. Hoy, 28 de enero, he querido sacarla del olvido y reproducirla a pesar de su extensión.

Soren Kierkegaard, a quien quizás no sería oportuno citar cuando tratamos un tema como el de José Martí, dejó escrito que “un héroe es un sujeto desgraciado que sin dudas salió mal en los exámenes de licenciatura y no tuvo más remedio que escoger ese camino”.
Debo confesar que no he encontrado referencias bibliográficas acerca de las calificaciones de José Martí durante sus exámenes de derecho y literatura que tomó en el Ateneo de Madrid y en Zaragoza, pero sin dudas, una vocación más fuerte que la conclusión de Kierkegaard lo hizo optar por el servicio a la cubanía tanto que, a los 16 años, ya arrastraba unos grilletes encadenados a los pies, los que aprovechó para fotografiarse con destino a su iconografía de la posteridad.
Bajo esta perspectiva de lo humano, he querido ver a José Martí desde hace muchísimos años. Pero arrastraba un mal hereditario, eso que llaman “cultura nacional”, y es que José Martí lleva más de 100 años siendo el antídoto más socorrido para las ansiedades cubanas, porque “es la voz que auxilia y aconseja en las situaciones límites”, y cito a alguien que no recuerdo.  De modo que nunca pude sacudirme del pedestal martiano hasta que comprendí que debía encontrar un modo de bajarlo del monumento para comprenderlo humanamente en un país donde se llega a “lo cubano” por el camino de la emoción, la hazaña, el sacrifico y, por supuesto, la sangre.
Cuando descubrí la perspectiva artística que mi amigo Pedro Ramón López, pintor y creador de rones únicos, tenía de José Martí, comprendí que por ahí andaba la mía y que ese era el modo de aceptar la presencia del Héroe en cada capítulo histórico de la nación durante el siglo XX, sin renunciar a la capacidad de utilizar el choteo, suerte de estigma y vanidad nacional, que ya Jorge Mañach en su famoso ensayo de 1928 (Indagación al choteo) definió como “un acto de pudor, un pliegue de jocosidad que nos echamos encima para esconder nuestras tristezas íntimas”.
Lo contradictorio de este acercamiento es justamente que Martí no parece haber sido una persona de buenos humores. A juzgar por escritos y testimonios, el sentido del humor no cuenta entra las cualidades martiana, tampoco lo ha sido de los estudiosos del tema que suelen irritarse ante una parodia a los versos sencillos o una broma popular sobre el Apóstol. Tal ha sido la idealización de Martí que en la Cuba revolucionaria, a una vieja canción de 1953 titulada “Clave a Martí” con texto del poeta Agustín Acosta, que decía “Martí no debió de morir, ay, de morir” le cambiaron los versos para cantarla como: “Martí, ahora vuelve a vivir, ay, a vivir…” porque son tan eternos los héroes, tan fundamentales que la muerte no es ni acaso mencionada en referencia con ellos.
Aunque la exageración de la imagen martiana y la utilización de sus postulados, versos e ideas fraccionadas y elegidas fuera de contexto jamás fueron tan utilizadas propagandísticamente como en el último medio siglo de historia política cubana, no cabe dudas de que el Apóstol constituye la cima del santoral desde la primera estatua que tuvo, inaugurada por las tropas invasoras de EEUU durante 1905. Desde entonces, el apostolado le cayó como anillo al dedo y las mismas prebendas que Cristo les dio a sus 12 apóstoles, el cubano se las brindó a José Martí en bandeja de plata.
Hace un tiempo, durante una conferencia que tuve el privilegio de compartir con Calos Alberto Montaner a propósito de la inauguración de la exposición “Cuba y Martí en el ojo del huracán”, el intelectual cubano se preguntaba “¿cuándo Martí comenzó a ser percibido como apóstol?”. Yo quizás tenga la respuesta. Parece que todo comenzó el 10 de octubre de 1889, cuando durante un discurso pronunciado por el patriota Gonzalo de Quesada en el Hardam Hall de New York, este llamó Apóstol a Martí ante su propia presencia, lo que llenó de orgullo disimulado al hombrecito de traje negro que, sentado en el estrado, lo miraba con ojos llenos de humildad vanidosa.
Esa condición humana del hombre que se vanagloriaba de su trascendencia, desde la poesía modernista que emuló ventajosamente con Rubén Darío, hasta la capacidad de organizar el Partido Revolucionario Cubano y lidiar con la feroz autosuficiencia de los guerreros poseídos de la Gesta de los 10 Años y convencerlos de la posibilidad de la Independencia, no es posible en un carácter gris, opaco y mediocre, sino en la petulancia sana de quien se considera a sí mismo “el elegido”.
Por eso discrepo con el profesor Iván Schulman, de la Universidad Internacional de la Florida y autor de más de una decena de libros sobre José Martí, cuando cree que “de los mitos en torno a Martí y sobre su afición a la bebida y a las mujeres, opino que forman parte de la historia íntima de un individuo que se dedicó a la libertad y al mejoramiento de la sociedad latinoamericana”.
No suelo confiar en la perfección, menos cuando esa perfección es un estereotipo decimonónico. Si la exposición sobre Martí de Pedro Ramón López insiste en la presencia martiana durante el siglo XX y hasta los primeros años del XXI, incluyendo la enfermedad terminal y necesaria de Fidel Castro, quiero pensar que es porque en el siglo en que vivimos, pocas cosas nos van a hacer continuar idolatrando estatuas y persiguiendo pensamientos estáticos en un mundo condicionado por las comunicaciones globales, los cambios repentinos de absolutamente todo y la incertidumbre. Con el siglo XXI el recuerdo es hacia el futuro, por extraño que parezca.
Prefiero confiar en un Apóstol más cercano a La Habana que a Jerusalén, capaz de compartir conmigo más los privilegios de nuestra idiosincrasia, que las condiciones bíblicas de la pureza.
Cuando Martí fue desterrado a España con sólo 18 años de edad, mantuvo amores con una aragonesa llamada Blanca de Montalvo y con una mujer nombrada sólo con la letra “M”; dos ases de un tiro.
Cuatro años después, tras arribar a México por el puerto de Veracruz, hay testimonios de sus relaciones con Rosario de la Peña, una bella mujer perseguida por una leyenda. Apodada Rosario la de Acuña, fue la mujer que inspiró el Nocturno del famoso poeta que se suicidó al no lograr el amor de esta mexicana.
Dos años más y surge la historia con su alumna en la Academia de Niñas de Centroamérica, en Guatemala, donde crece una pasión confusa con María García Granados, una adolescente de 16 años que le escribió al Apóstol una hermosa nota de pasión a principios de 1878: “Hace seis días que llegaste a Guatemala y no has venido a verme. ¿Por qué eludes tu visita? Yo no tengo resentimiento contigo, porque tú siempre me hablaste con sinceridad respecto a tu situación moral de compromiso de matrimonio con la señorita Zayas Bazán. Te suplico que vengas pronto. Tu niña”. Finalmente, María García Granados se ganó uno de los más famosos versos martiano: “La niña de Guatemala, la que se murió de amor”.
Paralelamente a esta pasión trágica centroamericana, Martí se casó con Carmen Zayas Bazán, en México nuevamente, a quien había conocido en Cuba en 1875, justamente cuando el Apóstol mantenía relaciones simultáneas con la actriz Eloísa Agüero y también con una dama de apellido Padilla.
Años después, y frustrado su matrimonio con aquella cubana a la que le cantó “Es tan bella mi Carmen, es tan bella, / que si el cielo la atmósfera vacía / dejase de su luz, dice una estrella / que en el alma de Carmen la hallaría”, Martí se une a María del Carmen Miyares Peoli. La conoció casada con su solidario amigo Manuel Mantilla, a donde se fue a vivir a su llega a New York en enero de 1880, pero fallecido este 5 años después, fue sustituido en el calor familiar de la viuda y de sus cuatro hijos huérfanos, por el héroe de la independencia cubana.

La historia de Martí y María es una hermosa historia de amor. Desde que nació su cuarta hija, bautizada como Carmen, en octubre de 1880, nueve meses después del arribo de Martí a la casa de los Mantilla, la historia a indagado lo que parece ser una realidad, que Carmen Mantilla Miyares es hija del Apóstol y es la niña a quien le escribe en sus hermosos Versos Sencillos: “Temblé una vez en la reja / a la entrada de la viña, / cuando la bárbara abeja / picó en la frente a mi niña".
Ya octogenaria, en el año 1959, María Mantilla le envió una carta al periodista y estudioso martiano Gonzalo de Quesada  y Miranda, confesándole: “Yo, como usted sabe, soy la hija de Martí, y mis 4 hijos: María Teresa, César, Graciela y Eduardo Romero, son los únicos nietos de Jose Martí [.. .] No me quedan muchos años más de vida, quiero dar a conocer al mundo este secreto que guardo en mi corazón con tanto orgullo y satisfacción”.
La historia es larga y dubitativa para los idólatras. Durante su estancia en Santo Domingo, en los preparativos de la guerra decisiva, Martí escribe: “Le acaricio la mano fina a la buena muchacha y duermo tendido bajo el techo amable”, cuadro poéticamente descriptivo del éxtasis final tras los avatares íntimos con las mujeres de esta isla, de quienes dice Martí: “El talle natural y flexible de la dominicana da ritmo y poder a la fealdad del más infeliz”.
Reunido con Máximo Gómez en Montecristi, provincia fronteriza con Haití, el Héroe cubano sacó tiempo de entre la redacción de los documentos y la planificación del desembarco, para escribir apenas una frase llena de observación, regodeo y gusto: “La haitiana tiene piernas de ciervo”.
No creo que los nicaragüenses vivan con las referencias constantes de Rubén Darío, o que los peruanos repitan citas de César Vallejo o que en España incorporen los versos de Antonio Machado a la jerga de las tabernas. Los cubanos sí tenemos el privilegio de que el edificador de nuestra independencia, el ideólogo del proyecto inicial de nación, el Héroe o el Apóstol, es el mismo que escribe versos de amor con una de las poéticas que definen el modernismo latinoamericano.
De modo que José Martí se cita cotidianamente en medio del argot popular cubano no importa si se habla de nación y heroísmo o de placer y pasiones; no importa si con la gravedad de su ideario o en medio de las insinuaciones y parodias de la broma y el doble sentido.
Me permito una anécdota ilustrativa. Recientemente me reencontré en la ciudad de Miami con una amiga de juventud que no veía desde hacía 30 años. Había sido entonces, una muchacha bella y hermosa. Esta vez la acompañé a la playa y sentados en la arena y con la moda de la desinhibición, mi amiga se zafó la parte de encima de su bañador y me sorprendió mirándola con pudor, entre asustado y curioso. La fuerza de gravedad había hecho estragos en aquella anatomía de más de 55 años. Mi amiga me hizo un gesto de resignación y me dijo, “luengas me cuelgan”.
Reímos por la referencia y es que el poema “Para un príncipe enano” que José Martí le escribió a su hijo y que todos escuchamos en Cuba desde niños, dice en sus primeros versos: “Para un príncipe enano se hace esta fiesta / tiene guedejas rubias, blandas guedejas / sobre sus hombros blancos luengas le cuelgan…”
El argentino Jorge Luis Borges dijo que “Muchos de los más valiosos programas intelectuales caen en el tedio o en el lugar común, lo que es peor”. La percepción impuesta por el uso desmedido de José Martí sobre su estandarte de bronce, padece de ese tedio que abruma. Asumirlo de carne y hueso, pecaminoso y errático, capaz de todo lo que incumbe a la naturaleza humana, me ha ofrecido el derecho privilegiado de creer más en el Martí que admiro, ese que, de en medio de las pasiones y las miserias emerge con una actitud sublime hacia la grandeza histórica, aún de levita negra o de disfraz de Superman, cómo lo ha concebido Pedro Ramón López en uno de los cuadros de esta exposición: “Inmersa su humilde figura en el universo plástico del Greco, de Portocarrero o de Andy Warhol”.
En un texto que escribí para el catálogo de “Cuba y Martí en el ojo del huracán”, definía al pintor como un hombre con “la insolencia dócil que lo caracteriza”. Creo que le ha gustado porque lo he escuchado citar la frase en otras ocasiones.
Le agradezco a mi amigo artista y “ronero” haber concebido al Apóstol en medio de la vorágine universal donde, si se destacó, es porque José Martí ha sido siempre verdaderamente universal.

Creo que ambos coincidimos en que una manera ventajosa de hacer Patria es con la irreverencia que baja a los héroes del monumento y los convierte en nuestros compañeros en la vida y nuestras circunstancias.

II Cumbre de la CELAC. El festín de los cobardes

Ayer inauguraron el Puerto del Mariel en el occidente cubano. Promete ser el puerto más moderno de América Latina y una obra de utilidad regional que podría darle muchos beneficios al gobierno de La Habana, si no es que repiten el mal endémico de la revolución castrista, la inoperancia, el desinterés, el deterioro cabalgante y la ineficiencia ejemplar.
Todo parece indicar que sucederá y que el Puerto del Mariel pesará en poco tiempo, como pesa un elefante mojado y muerto en la cota norte de la Isla, muy cerca del rutilante puerto modernizado de Miami. Es lo que suele suceder y la rutina es difícil de cambiar.
Pero sin dudas, ha sido un golpe de impacto en medio de la II Cumbre del CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) que reúne a 33 países en La Habana, además de Insulza, ese chileno gris que comanda la OEA, y al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, que inauguró la Cumbre pelándose con un barbero callejero en la Habana Vieja, una broma populacha de turista millonario que visita las ruinas de la ciudad.
Ya sabemos que allí no pasará nada, la cumbre no resolverá nada más que legitimar la dictadura de los Castro Bros.
Ya está hecho, es el remake protagonizado por los presidentes latinoamericanos que cargan con parte de esta responsabilidad digna de los Guinnes, de sostener moralmente a la tiranía más larga de occidente.
Peña Nieto, por ejemplo, no se sustrajo a la tradición mexicana de brindarle su apoyo a los dictadores, y allá fue, sin necesidad, a sonreír en las fotos con Raúl Castro y seguir deportando a cuanto exiliado cubano llega a sus fronteras, con mas rigor que los deportados mexicanos que Barak Obama ha mandado de retorno para que canten “he de comerme esa tuna”.
De Chile fueron los dos, Piñera y Bachelet, el saliente y la entrante, no se por cuál razón a no ser mostrarse en un foro que reafirma el histórico rencor envidioso contra EEUU. No hay otra explicación. Quizás para anunciar que el derrumbe económico chileno que se avecina será impulsado con disparates chavistas por una Bachelet más radical.
Ya la presidenta brasileña Dilma Rouseff se reunió con Fidel Castro y escuchó con paciencia al viejo tirano divagar con su tropeloso lenguaje sobre temas de ciencia ficción, en tanto los demás discutían cómo agregarle a la declaración final el rechazo al embargo de EEUU contra Cuba, cómo exigir la independencia de Puerto Rico en contra de la decisión casi total de los puertorriqueños que quieren ser un Estado más en la bandera norteamericana. Y, por supuesto, el tema de la lucha contra la pobreza, un tema acodado en el ejemplo de Cuba y Venezuela que ha subido a los más altos índices globales la pobreza en sus respectivos países.
Parecería un chiste a no ser por la vergüenza que entraña para esos fantoches presidentes, típicos ególatras latinoamericanos, hacerse los de la vista gorda, asumir la tontería con disimulo para callarse indignamente, sentados frente a Raúl Castro, y no rumorar ni una cobarde palabra de honor sobre la realidad y los abusos que ahora mismo se siguen cometiendo en contra del pueblo cubano, el asesinato cotidiano durante más de 50 años, a la libertad y la democracia en Cuba.

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LA VEGA 
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