A las 3 de la madrugada la brisa de noviembre prometía una noche placentera de sueños profundos y frescos. Comienzan a llegar “los nortes” a La Habana, esos débiles frentes fríos que descienden por la ladera del planeta desde Groenlandia y Canadá y atraviesan el canal de La Florida para entrar a tierras cubanas debilitados, pero trayéndonos el lejano aroma invernal.
En una tierra
caliente, nada hay como dormir una noche de esas, el airecito entrando por el
ventanal cinco pisos sobre la calle, el silencio provocado por la total
ausencia de autos en la calle (si de día
casi no los hay) y la falta de energía eléctrica (el apagón cotidiano) que ha
paralizado los pequeños motores de los ventiladores plásticos soviéticos que
gritan girando desajustados sobre sus ejes.
En eso suena el
timbre del teléfono, que se oye a las 3 de la madrugada como un grito de
terror.
Un “riiiing”
descomunal salido de la caja negra de un teléfono de disco de 1956.
Te sacudes sobre
la almohada. “Coño”, piensas, y descalzo y en calzoncillos, te lanzas a correr
hasta el auricular que vibra desgañitándose.
- Dime, dime,
qué pasó, qué pasó…
Pal’carajo, una
llamada a esta hora siempre es aviso de malas noticias.
- Na, na, mi socio, soy Cuco, el del apartamento de abajo.
Oye, que están entrado los canales, corre que se ven claritos, claritos…
Ni respondes, tiras el auricular, enciendes el Kirsk 110 y
te sientas frente a la pantalla que se va iluminando. Esperas cuatro, cinco,
seis segundo y la imagen del patrón aparece: Canal 6…. ICRTV…. “No, no”, te
dice ansioso mientas giras el dial buscando,… crack, crack, crack y ahí está,
esplendoroso, un Big Mc que derrama el
queso por los costados, como un OVNI, la imagen estática de hamberguer
prometido con una música de fondo, el tercer movimiento de la sinfonía
“Heroica” de Tchaikovski va in crecendo
mientras un zoom-in agranda el Big Mc hasta acaparar toda la pantalla como si
el queso derretido fuera a caer sobre los botones del Kirsk 110.
Y en ese mismo instante, un ruido avizor sale del televisor.
Un rugido tempestuoso chirría y la imagen se distorsiona, se van los colores,
el hamberguer se pone negro y gris, el queso pierde su nitidez hasta que unas
rayas suben y bajan pediendo la sintonía.
Corres a cambar el dial: crack, crack… y aparece fiel como
la vida misma, otro canal… te concentras, dos conductores dan noticias,
traduces una palabra de cada frase, a veces dos, a veces ninguna, Shakespeare
es mucho para ti y menos con el sueño interrumpido a las 3 de a madrugada que te
ha dejado una nebulosa onírica en la cabeza. “Están hablando de Cuba”, te dices
y sin separar los ojos de la pantalla le
gritas a tu mujer que desde la cama ya te había gritado “¿Qué pasó, viejo, qué
fue lo que pasó?”, “¿pero quién llamó a esta hora?”… No respondes a su
pregunta, sólo te limitas a decirle, “corre, corre mi amor que están hablando
de Cuba”, ella se asoma en la puerta del
cuarto, mira al televisor y dice “Ñó, los canales”. Y se sienta a tu lado en espera
de que se acabe el segmento y regresen los anuncios. Y vienen… Un Pontiak corre
por una avenida de Miami Beach y se detienen arrastrando las gomas sobre la
cámara. Es una publicidad. Luego otras, otras, hasta que ese canal pierde la
buena sintonía y se repite el proceso.
Buscas, buscas, buscas, mueves el dial y aparece otro. Nítido como si
transmitiera desde el ICRTV en M y 23.
Entonces el teléfono: “Dime, ¿los canales?, sí, sí, los
estoy viendo”. Cuelgas. “Era María, tu prima, que en su casa se ven que es una
locura”, te dice tu mujer y le respondes “Llama a mi hermano, corre”. Ella
marca alargando el cable en espiral del auricular hasta un lugar desde el que
vea en la pantalla el canal 51. “Contra, viejo, ese es en español”… Le
responden al otro lado de la línea telefónica: “Oye, Richard, que están
entrando, oye, mejor que nunca. Mira, mira, te cuelgo que hay una locutora
hablando en español”. Ella cuelga y se sienta a tu lado. Riiingg, vuelve a
sonar el teléfono: “Cógelo tú, mi amor, que yo no me levanto más de aquí”, te
dice tu mujer y tú respondes. “Sí, claro, llevo un rato en esto, están
buenísimo, chica, hoy sí que están entrando bárbaro de verdad”. Le contestas y
cuelgas.
El tiempo pasa, la alarma circula entre todos. Telefonazos
de madrugada. Es una vigilia feliz. Hacen café a esa hora para despejarse y no
tener sueño. Una tortilla con pan. Si la cosa pica y se extiende, y si dos
horas después, a las 5, los canales siguen entrando así, no falta quien se pone
un caldero de agua a calentar y grita desde la cocina: “Voy a preparar un sopón
divino pa’ to’ el mundo”
Y se armó. Los dos niños están a la caza de un canal de
dibujos animados que entra de rato en rato (“Oye, esto no tiene na’ que ver con
los muñequitos de palo rusos”). Hay una mulata cocinando en el 9 que la abuela,
despierta desde las 3 y 45, no se quiere perder. Pelota profesional, Grandes
Ligas, en el 12; una película en el 14, y dos noticieros en el 7 y 3. Esto es
un espectáculo.
No hay nada en La Habana que reúna con más felicidad a la
familia que esa madrugada en que entran los canales desde la Florida
arrastrados por el aire de los nortes al inicio del invierno. Es un concilio
familiar, al que se suman los vecinos cercanos y dos primos que viven a siete
cuadra de aquí, se vistieron a las 3 y media y en 15 minutos estaban tocándonos
a la puerta. Aquí están, en chancleta y todo. “Oye, mi socio, esos anuncios no
me los pierdo por na’ del mundo”.
Al amanecer la sala es una reunión del Comité. Todos atentos
a la pantalla como a una misa. Si se va la señal del 13, pasas para el 7,
cuando se va la del 7, te mudas para el 3, si sale del aire, vuelves para el
13. “¿Qué dicen, qué dicen…?”, preguntan y el otro le contestas “Y yo qué
carajo sé, mírale la coba que tiene y no preguntes boberías”.
Las horas pasan, el caldo ya está servido y cada uno con
su plato, se come el sopón divino frente
al televisor sorteando las cucharadas entre publicidad y publicidad, para no
perderse un detalle. “Coño, asere, ese es el mundo”.
Es una ventana casual al planeta. Un asomo circunstancial.
El único.
EL sol sale en noviembre un poco más tarde. Nadie durmió esa
noche. Hay que aprovechar la llegada de los canales, es como la visita de Santa
Claus. Apenas cuatro o cinco horas, hasta que en el canal 6 del ICRT suena el
Himno Nacional, suben la bandera y aparece el rostro de Fidel. “Esto se jodió”,
se dicen los espectadores a coro, ojeras por el medio de la mejilla, pelos sin
peinar, los platos vencidos del sopón divino. El show ha terminado. Cuando
entra la señal de televisión nacional, se bloquea la entrada de los canales.
“Si vuelve el Big Mc, me llamas, que vengo corriendo pa’ca”, dice el primo que
no ha podido comprar un televisor desde que a su viejo Paramounth se le rompió
el tubo de pantalla en 1973. Terminó
la función. Y van bajando la cuesta porque
aquí, en mi barrio, se acabó la fiesta.