Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



LETRAS




Bogotándome

Nunca má abrió sus piernas Bogotá, laberinto de
lluvias en el techo del mundo.
Nunca la ciudad descubrió su rostro de mujeres
rubias, nunca
Bogotá que extravió
el tren oportuno de mi vida, las vueltas
al parquecito de cascabeles donde Chaplin
come arepitas
en medio de Usaquén. Qué frío Bogotá.
Temblé sin refugio de mujer
en el barcito barato
de una ciudad que se confunde con las nubes.
No hay azules, no hay paredes desiguales, no hay mar
en la ciudad. No hay mosquitos que te piquen
iracundos
el corazón. Cuánto se llora en Bogotá
entre el aguardiente anizado y las laderas de un frío mirador
más alto todavía. Cuánto te extrañé en Bogotá
bajo todos los aviones alejándose. En esta ciudad donde nunca
estás
ando las cuestas de Chapinero,
tomo sopas que arden a fondita oscura de La Candelaria. Y no
estás, nunca estás,
aunque desde las cúpulas ocres siempre te mire Sofía
Vergara
y den ganas de quedarse a vivir
en Bogotá.

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Variaciones

Frente al cristal la ciudad está silenciosa.
Un reflejo la alarga a veces, la curva y la va disminuyendo
irracionalmente.
La ciudad es su apariencia. Como un equinoccio
juega a no acabar si me alejo
y si me agacho
dobla sus perfiles simétricos, la verticalidad se allana
y la ciudad parece flotar como un lago.
Sólo y en desuso tomó café de pié, como los apurados, mirando a través
del cristal la ciudad
que ahora se balancea cuando cruza por el humo de mi taza.
Basta abrir la ventana
para que el orden rescate sus reales apariencias.
Pero de qué me valdría.
Cuando gotea la tarde y se va de viaje a la luna
comienza a desaparece la ciudad, sus perfiles vanidosos,
las sombras, su tambaleante identidad se desvanece
y a través del cristal es ahora otra ciudad
circulada por las luces.
Sólo yo permanezco deshabitado y en desuso,
tomándome otra taza de café.

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Desmemorias y otras alucinaciones

La muchacha que libó su cuerpo humilde
salió a revolotear por la ciudad
esquivando la saga de los tenorios.
¿Dónde andará ahora. Trémula y complacida. Mil años después
de la hecatombe global
 en la cama resinosa de un cuarto?

No me acuerdo de su cara aguileña,
de su nombre de avestruz metiendo la cabeza en todos los canteros,
de sus ojos de golondrina
tan confundida.
No recuerdo el crepúsculo ocultando al sol
en la colina de sus pechos.
No la recuerdo.
Delgada sí, porque aún me hinca
la costilla final de su estómago asustado.

¿Acaso Pandora ocultó en mi memoria
su caja de maravillas
que nunca fue tan buena
como ahora?

Yo me recuesto al horcón de mis recuerdos
y me quedo dormido
escuchando la armonía
de los comejenes
que cavan túneles junto al atomizado
veneno mortal.
Pero ella se aparece a ratos como un fantasma
incapaz de tramar sus acciones,
vaga y locuaz.
Honda y feliz.