Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



viernes, agosto 21, 2009

Woodstock, 40 años después

El concierto en Ulster County, cerca de Nueva York, los días 15, 16 y 17 de agosto de 1969, que reunió a 500 mil jóvenes, sigue siendo una evocación necesaria.
En esos años todo cambió, y las tres noches de Woodstock, con tres muertes, dos nacimiento y ríos de sexo, marihuana y LSD, conspiraron con las canciones que en largas jornadas desde la mañana hasta el amanecer, llevaron a un público enardecido que llegó a la granja newyorkina desde todos los rincones del país, a inclinar sus corazones ante la presencia casi mística de Ravi Shankar, Joan Baez, Santana, Janis Joplin, The Who, Blood, Sweat & Tears y Jimi Hendrix, entre otros tantos dioses del rock, en una febril sesión indetenible de tres días de música y paz, de sueños y amor.
Hace apenas una semana, la famosa librería Barnes & Nobles, en Miracle Mile, dedicó una sección de sus estantes a los 40 años de Woodstock y allí compré una edición del periódico New York Times del 18 de agosto de 1969, dedicada al festival musical más notable del siglo XX.
Es como una reliquia original de esa hecatombe feliz de mi generación.

Juanes; tengo la camisa (roja y) negra

El escritor rumano Elie Wiesel, Premio Nobel de la Paz y sobreviviente del Holocausto, aseguró que “La neutralidad ayuda al opresor, nunca a la víctima”. La sentencia es reflejo de una verdad muchas veces eludida, algunas ignoradas.
Yo confío en la misión abrazadora del arte. En su oficio de unir y convocar al disfrute y a la felicidad. No es que el arte sea, necesariamente, una referencia feliz, sino que hasta en su misma tristeza o en su misma ferocidad, o en su misma agonía, deja, finalmente, una experiencia feliz.
Todo eso puede justificar la presencia de Juanes y de quienes lo acompañan, en un escenario en la Habana el próximo 20 de septiembre.
Lo que sucede es que, junto a esa experiencia feliz de los miles de cubanos que vayan a escucharlo, hay una predisposición consciente a la conspiración.
No es que Juanes y sus amigos se transformen en esa suerte de Mata Hari, sino que, en busca de la consecución de su empeño por cantar en La Habana, le hacen el juego, justamente, a lo que pretenden proclamar.
El comportamiento decoroso, justo y transparente sería utilizar el mismo escenario para traducir su concepto real de la paz. Pero no, la realidad es que acepta las condiciones, no porque se las impongan en Cuba con documentos oficiales, sino porque hay una autoconciencia absoluta de lo permitido.
Así es que Juanes no se atrevería, por nada del mundo, abrir su escenario habanero a los artistas que disientan con el régimen cubano. El sabe muy bien el terreno que pisa, posiblemente más minado que el de sus canciones.
A Juanes no se le ocurrirá lanzar proclamas verbales en su tribuna habanera que molesten al régimen cubano. El sabe que ese dogma está contratado desde el principio sin que sean necesarios los documentos.
Juanes obedecerá, y quizás entienda entonces por qué también obedecen los cubanos antes de lanzarse en una balsa al mar. Juanes será cauteloso, leerá entrelíneas las conversaciones con los representantes del régimen, con los trovadores cubanos de su misma cofradía, supondrá lo posible, aprenderá a reflexionar sobre una nueva concepción del bien y el mal a la cubana. Juanes no es tonto. Hará lo mismo que todos los artistas que, en la historia, le han cantado a los tiranos.
Porque Juanes es perverso conscientemente. Sabe lo que hace y con quién coopera con su pérfida neutralidad. Y lo saben los demás que lo acompañarán en este concierto que, sin dudas, se merecen disfrutar los cubanos; que, sin dudas, les dará a los miles de asistentes la oportunidad de encontrarse con las canciones de Juanes y su corte de acompañantes.
Pero que no me engañe Juanes con que su acto es una muestra pacificadora del amor. Que no me de fe de su bondad musical y de su misión esperanzadora. No es cierto. Juanes va a ganarse los aplausos y los titulares, y de paso las palmadas en el hombro de los esbirros legendarios de la dictadura de Cuba.
Juanes sabe que él hace lo que le ha sido prohibido a otros muchos, que se aprovecha entregándole una mano oportuna a los dictadores a cambio de mancillar la solidaridad y punzar en el dolor de sus colegas cubanos que desde hace medio siglo, no han podido cantarle una sola estrofa a sus compatriotas en la isla.