Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



viernes, agosto 29, 2014

Cao, las mulas y De Armas


Esta noche El Espejo, el programa de América Tv que conduce Juan Manuel Cao, ha traído de nuevo a Jorge de Armas, uno de los miembros de Café y que no pierden oportunidad para analizar la crisis cubana desde la perspectiva de la revolución y el ataque a EEUU.
Pero eso, por costumbre, ya resulta inocuo. Hoy, el problema consiste en que, analizando la nueva ley de aduanas que pena desmedidamente la entrada de artículos a Cuba traídas por los emigrantes, de Armas volvió a manejar su batidora de ideas confusoras, para caerle encima al embargo, de nuevo.
Cuando el expresidente de EEUU, Jimmy Carter, fue a La Habana, dijo en su discurso que la carencia de medicamentos en Cuba no podía achacarse al embargo de EEUU, porque otros países, y citó a México,  están dispuestos a venderle a Cuba todos los medicamentos a precios más baratos de como lo podría hacer EEUU.
La lógica aplasta con argumentos cortos y mortales como disparos.
Yo me pregunto, las regulaciones de Cuba rigen para cualquier importación a la Isla, no importa si vienen de Bogotá, Madrid, Nueva Dehli o la conchinchina.  Y estos lugares no tienen ni embargo ni nada que ver con él.

Podríamos razonar entonces con la misma lógica de Carter y preguntarle a De Armas por qué él, con esa fantasiosa obsesión divina, pone otra vez su índice paranoico en el embargo, desviando la atención de las razones verdaderas.
Como colofón, Cao sentenció con una verdad que, por evidente que resulte, mucho olvida citar: Esto ()y todo) solo lo resuelve la libertad. Pero a De Armas, por más que hable de Cuba, siempre le da alergia la libertad.

jueves, agosto 28, 2014

OPINION. Los argumentos: 50 años de embargo a Cuba.

Razonemos desde la otra esquina: Muchos exaltan los supuestos cambios que se han producido en Cuba. Si comparamos el país con las restricciones de todo tipo hace 20 años, las cosas han cambiado. Todo ha cambiado. Mi hijo tenía 5 años y hoy tiene 25, cambié el auto 4 veces y los hielos del polo se han reducido en un 7%. Nada es estático, ni la materia y, por demás, la dialéctica existe. Entonces la Cuba de hoy es otra, al menos en sus más periféricos y cosméticos asuntos.
Otra cosa está en exaltar como “aperturas” las variantes sobre un mismo tema que ha impulsado Raúl Castro. No son ni legítimas, ni esperadas, ni útiles. Pero aceptemos que son guiños a la libertad. Entonces, por el contrario de los que proponen serviles, tontos y herrados, las presiones internacionales como la posición común Europea y el embargo de EEUU han dado resultados positivos, porque me parece que son los únicos argumentos sostenidos y fuertes que han presionado pidiendo cambios a la realidad cubana.
Como consecuencia, insisto en que es ilógico y falso, equívoco y manipulador creer que quitar ambos argumentos aceleraría esos cambios y no, como prefiero pensar, que sin ellos volvería a involucionar el sistema y el país, apoyado en la cortesía del mundo, los placeres financieros y la sonriente diplomacia de papel.

Quizás esta creencia y esta confirmación es lo que me hace confiar en que el embargo y la posición común europea son aliados de mi esperanza como cubano y no son mis obstáculos. Contradigo a aquellos que abogan por el fin del embargo, porque sus ambiciones de invertir en la Isla a espaldas de cualquier dolor humano, solo serán posible (mire usted qué contradicción) con los resultados de una presión que ahoga, arruina y arrincona a la dictadura cubana.

sábado, julio 26, 2014

Revista Emigración: Nuevo intento para otra incisión

No me sorprende el anuncio de Emigración, una nueva alternativa oficial cubana que, bajo el manto de la democracia socialista que se inventaron en La Habana, pretende constituirse en un medio (¿solo electrónico?) de acercamiento entre “todos los cubanos” sin distinciones de países de residencias, credos ideológicos, religiosos, posiciones políticas y toda ese collar de apelativos incumplidos a los que nos tienen acostumbrados.
Como una extensión del proyecto “Intercambio cultural”, la nueva revista suma a su nómina a viejos amigos de la prensa cubana de aquí y allá que, por ser ellos, denota sin disimulo la tendencia de la publicación.
Con la dirección electrónica www.emigración.com (así, con acento y todo), la nueva revista que nació casualmente este 26 de julio está dirigida por Luis Sexto, un capaz periodista con quien compartí las aulas universitarias y que su carrera ha estado marcada por oficiar como vocero de un sistema político que él ha intentado dibujar de correcto, apoyándose en su buena prosa y en sus sagaces manipulaciones intelectuales. Lo que, lejos de rechazar, admiro, por inamistoso y antagónico que me resulte (su trabajo, no Luis).
Además, tengo en su lista de colaboradores a otro viejísimo amigo. Pedro González Munné. Me reservo mis consideraciones y algún adjetivo fuerte para presentar a este periodista que fue y no de la prensa oficial, botado y rescatado y vuelto a botar por la inteligencia cubana pero que, al parece, finalmente lo han vuelto a reconquistar por su aprovechable ubicuidad.
Hay alguien más conocido. La buena de Angela Orama. Experimentada periodista de temas seudo-light que ha sabido bañarse y guardar la ropa en el comprometido medio periodístico cubano. También es bueno reencontrarla desde aquellos años lejanos de Juventud Rebelde.
Lo curioso es que Emigración tiene sus oficinas en 251 Valencia Avenue, #253, Coral Gables. Una sede muy cercana como para tomársela en juego. Además, leerla implica un pago en dólares y disponer de Internet, algo que para los cubanos de la isla resulta un poco difícil.
En su presentación citan la conocida frase de Martí: “Por una nación con todos y por el bien de todos”. Al pobre Apóstol vuelven a acudir utilitariamente a no ser que esta sea, lo que ya intuimos imposible, una revista abierta, democrática y plural en vez de otro caballo de Troya.

miércoles, julio 16, 2014

Mapa dibujado por un espía, de G.C. Infante: El mapa que no registran los GPS

Cuando aquella famosa reunión de los intelectuales cubanos con Fidel en la Biblioteca Nacional tras la censura del documental PM, yo era aún demasiado joven, pero tres años después ya comenzaba a curiosear en aquello sucesos que condicionaron la literatura de Cuba hasta llevarla al suicidio total. Sin embargo, y desde entonces, nadie había definido tan certeramente lo que de allí salió, con tanta vertical síntesis: En la biblioteca lo que hicimos fue llegar a un compromiso: déjanos, por favor, seguir viviendo y nosotros prometemos ponernos en un rincón. Ese fue nuestro compromiso: un puesto al sol pero cerca de la sombra.
Esta cita la copio de la página 230 de Mapa dibujado por un espía, la más reciente novela publicada (pos mortem) de Guillermo Cabrera Infante, aparecida en España y difícil de encontrar. La acabo de recibir desde Amazon gracias a la bondad de mi hija, un privilegio que disfruté al instante y que leí con la pausa del regodeo, saboreándola poco a poco, cada anécdota, cada calle y cada lugar de La Habana, cada nombre citado porque, entre otras cosas, deploro la lectura veloz, el lector de 100 metros planos, porque leer, como hacer el amor, tiene el ritmo justo que desencadena los placeres.
Dije “la novela”. De veras creo que cada libro de CAIN vuelve a ser ese híbrido milagroso que te oculta las fronteras entre géneros y ficciones. Y en ello descubro su principal atractivo, te obliga a prestarte a ese juego de simulaciones pasándote gato por liebre cundo crees que es anécdota y es ,en verdad, imaginación. Y viceversa.
En la misma “novela”, CAIN define a su generación como una generación vencida o una generación vendida. Creo que es una y otra cosa a la vez. Lo que si me atrevo a asegurar es que la literatura cubana tuvo en aquella generación la última legítima en actitudes, disfrutes, obras y comportamiento. Unos vendidos, otros vencidos protagonizaron esas verdaderas vidas que se confundían con sus libros, por eso, además, aquellas novelas (u otro género cualquiera) terminaban por ser vivenciales de un modo exprofeso, como lo hace CAIN, o disimuladamente. Pero, definitivamente, estaba en ellas sus propias vidas.
Ya no es así, hace mucho que no lo es. Acaso una caricatura de aquello cuando más. El resto es doctrina de un modo o del otro. Poses y malos libros. Y adiciono una frase que me librará del odio de amigos y enemigos: “salvo algunas (y honrosas) excepciones”.
Lo cierto es que, como sucede en esta suerte de viaje al pasado, volví a encontrar las delicias de una historia de 1965, uno de esos libros que te cautiva y te pone a gozar como en un carnaval reviviendo una época desaparecida llena de complejas relaciones humanas narradas con lineal sencillez pero de un modo tan fílmico que asistes, durante estos tres días de lectura, a una película de tan largo metraje que ruegas porque no llegue el FIN.
Volví a recordar a personajes que conocí hace mil años ya o con quienes conversé algunas veces con respeto profesional. Harold Gramatges, Chinolópez, Pablo Armando, Humberto Arenal, Gustavo Arcos, Juan Blanco, Felito Ayón, Frank Emilio, Feijoo, Fayad, Leante, la interesante Marcia Leiseca con mucha mas edad de la que tiene en la novela, y hasta Teté Vergara evocada años después en la canción en que la menciona Silvio. Es una época de gloria y definiciones que CAIN detalla con cautela y como en un cuento contado en los sillones de su casa en G y 25, apenas a dos cuadras de donde yo vivía cuando él ya, hacía mucho, se había salvado de la tragedia cubana.
Guillermo Cabrera Infante vivió lleno de enemigos (él se los buscaba sin pelos en la lengua) y de amigos. Pero siento que privarse de las lecturas que siempre nos ha regalado es un acto de suicidio cultural. Un pistoletazo en la cabeza (y en el corazón). Y yo prefiero vivir, por eso le agradezco que desde su muerte nos ofrezca su Mapa dibujado por un espía. Allá los demás, como el cartel legendario de la Bodeguita del Medio, cada quien que cargue con su pesa’o.

Lilo Vilaplana y La muerte del gato: La felina realidad de un cuento cubano

Poco saben que la Caída del Muro de Berlín diezmó la población de gatos en Cuba. Es una consecuencia que, en un futuro, estudiaremos en historia. Por ahora, basta con ver La Muerte del gato, un cortometraje que Lilo Vilaplana concibió acerca de ese fenómeno que alteró el equilibrio biológico nacional.
Tres amigos planean en un solar de Centro Habana (con sus ruinas y su decadencia) la cacería del gato de su vecina para asarlo entre tragos de ron peleón y los dolores de una vida que sobrellevan a duras penas. Es un drama cotidiano que dura ya más de medio siglo en Cuba, y que a Lilo Vilaplana le han bastado 27 minutos para contarlo.
Pero aún más, lleno de matices psicológicos y una carga existencial que carcome a sus tres protagonistas, La Muerte del gato bucea sobre esas tres existencias miserables en las aguas turbia y escabrosas de una sociedad tan deteriorada como los escenarios en donde se desarrolla la trama.
Hay un sorpresa final. Todo fue filmado en el colonial barrio de La Candelaria, en Bogotá, una ciudad donde Lilo lleva años dirigiendo televisión (es célebre en EEUU y Latinoamérica la serie El Capo, que dirigió para la cadena Mundo Fox). Sólo conversando con él, es posible concebir de qué modo ingenioso pudieron reproducir en La Candelaria, las calles, los pisos, los solares populosos de La Habana, los detalles en las botellas de ron cubano y todo lo que se ve en el filme, de modo tal que nadie podría imaginarse que esas imágenes legítimamente habaneras, se hicieran tan lejos de la isla. La maestría de Vilaplana tiene, además, la curiosidad del relojero, esa paciencia de observar con cautela los detalles y reacomodarlo todo para que no falle, en 27 minutos de película, ni el más mínimo instante por donde pase de soslayo la cámara.
Pero Lilo tuvo la suerte de su lado. Paralelamente a su trabajo de dirección, logró reunir a un equipo de actores exclusivos. Alberto Pujol, Jorge Perugorría, Bárbaro Marín y Coralita Veloz terminan por garantizar el éxito de este cortometraje y la categoría que le ha otorgado la crítica (participó en el Festival de Cannes preseleccionado para su exhibición). Los roles de Pujol, Perugorría y Marín, como Raúl, Camilo y Armando, los tres amigos cazadores que sostienen el cuento, exigió de ellos meter en tan corto tiempo una complejidad psicológica que sólo actores de ese calibre pueden hacerlo. Coralita, con un papel menor (la vecina dueña del gato y presidenta del CDR) no deja de colocarse en esa misma categoría. Es increíble cómo el supense de la cacería del gato vecino, impulsada por el hambre en Cuba en los finales de los 80 y en venganza a las delaciones políticas de la presidenta del CDR, puede interpretarse como un curioso complot para el asesinato, rifle en mano, capaz de generar especulaciones peligrosas antes de que se evidencien las razones reales. Es un juego de claves y ocultamientos logrado por una base sustantiva: el guión que sobre el cuento escrito y publicado por el mismo Vilaplana, hicieron su autor y Alberto Pujol.
Hay guiños para lecturas cómplices, no es posible ignorar la costumbre de sus protagonistas de colocar al revés una foto de Fidel cada vez que la realidad caótica cubana los castigues (como los apagones, por ejemplo), o la escena de la botella de ron comprada en el mercado negro. Vilaplana no deja pasar una ocasión propicia para apuntalar la inhabilitad sostenida de un régimen político que desangra su país.
Con un final que sorprende aunque, en medio de vicisitudes cotidianas y con personajes que cargan con sus propias tragedias de espanto, no sería difícil de comprender que la actitud del amigo peor (con una gran actuación  de Pujol) tome el camino definitivo. Cerrando de este modo y bajo la lógica más socorrida de la realidad cubana, un filme que permanecerá en la filmografía mayor de la isla y que Lilo Vilaplana dedicó a Angel Santiesteban, un escritor que languidece en la cárceles de Cuba por su pensamiento y su palabra que honran la libertad.

martes, enero 28, 2014

Indagación a Martí: El Apóstol y nuestras circunstancias.

Esta conferencia tiene ya algunos años. La escribí a propósito de la inauguración de la exposición del pintor y amigo Pedro R. López sobre la iconografía martiana. Hoy, 28 de enero, he querido sacarla del olvido y reproducirla a pesar de su extensión.

Soren Kierkegaard, a quien quizás no sería oportuno citar cuando tratamos un tema como el de José Martí, dejó escrito que “un héroe es un sujeto desgraciado que sin dudas salió mal en los exámenes de licenciatura y no tuvo más remedio que escoger ese camino”.
Debo confesar que no he encontrado referencias bibliográficas acerca de las calificaciones de José Martí durante sus exámenes de derecho y literatura que tomó en el Ateneo de Madrid y en Zaragoza, pero sin dudas, una vocación más fuerte que la conclusión de Kierkegaard lo hizo optar por el servicio a la cubanía tanto que, a los 16 años, ya arrastraba unos grilletes encadenados a los pies, los que aprovechó para fotografiarse con destino a su iconografía de la posteridad.
Bajo esta perspectiva de lo humano, he querido ver a José Martí desde hace muchísimos años. Pero arrastraba un mal hereditario, eso que llaman “cultura nacional”, y es que José Martí lleva más de 100 años siendo el antídoto más socorrido para las ansiedades cubanas, porque “es la voz que auxilia y aconseja en las situaciones límites”, y cito a alguien que no recuerdo.  De modo que nunca pude sacudirme del pedestal martiano hasta que comprendí que debía encontrar un modo de bajarlo del monumento para comprenderlo humanamente en un país donde se llega a “lo cubano” por el camino de la emoción, la hazaña, el sacrifico y, por supuesto, la sangre.
Cuando descubrí la perspectiva artística que mi amigo Pedro Ramón López, pintor y creador de rones únicos, tenía de José Martí, comprendí que por ahí andaba la mía y que ese era el modo de aceptar la presencia del Héroe en cada capítulo histórico de la nación durante el siglo XX, sin renunciar a la capacidad de utilizar el choteo, suerte de estigma y vanidad nacional, que ya Jorge Mañach en su famoso ensayo de 1928 (Indagación al choteo) definió como “un acto de pudor, un pliegue de jocosidad que nos echamos encima para esconder nuestras tristezas íntimas”.
Lo contradictorio de este acercamiento es justamente que Martí no parece haber sido una persona de buenos humores. A juzgar por escritos y testimonios, el sentido del humor no cuenta entra las cualidades martiana, tampoco lo ha sido de los estudiosos del tema que suelen irritarse ante una parodia a los versos sencillos o una broma popular sobre el Apóstol. Tal ha sido la idealización de Martí que en la Cuba revolucionaria, a una vieja canción de 1953 titulada “Clave a Martí” con texto del poeta Agustín Acosta, que decía “Martí no debió de morir, ay, de morir” le cambiaron los versos para cantarla como: “Martí, ahora vuelve a vivir, ay, a vivir…” porque son tan eternos los héroes, tan fundamentales que la muerte no es ni acaso mencionada en referencia con ellos.
Aunque la exageración de la imagen martiana y la utilización de sus postulados, versos e ideas fraccionadas y elegidas fuera de contexto jamás fueron tan utilizadas propagandísticamente como en el último medio siglo de historia política cubana, no cabe dudas de que el Apóstol constituye la cima del santoral desde la primera estatua que tuvo, inaugurada por las tropas invasoras de EEUU durante 1905. Desde entonces, el apostolado le cayó como anillo al dedo y las mismas prebendas que Cristo les dio a sus 12 apóstoles, el cubano se las brindó a José Martí en bandeja de plata.
Hace un tiempo, durante una conferencia que tuve el privilegio de compartir con Calos Alberto Montaner a propósito de la inauguración de la exposición “Cuba y Martí en el ojo del huracán”, el intelectual cubano se preguntaba “¿cuándo Martí comenzó a ser percibido como apóstol?”. Yo quizás tenga la respuesta. Parece que todo comenzó el 10 de octubre de 1889, cuando durante un discurso pronunciado por el patriota Gonzalo de Quesada en el Hardam Hall de New York, este llamó Apóstol a Martí ante su propia presencia, lo que llenó de orgullo disimulado al hombrecito de traje negro que, sentado en el estrado, lo miraba con ojos llenos de humildad vanidosa.
Esa condición humana del hombre que se vanagloriaba de su trascendencia, desde la poesía modernista que emuló ventajosamente con Rubén Darío, hasta la capacidad de organizar el Partido Revolucionario Cubano y lidiar con la feroz autosuficiencia de los guerreros poseídos de la Gesta de los 10 Años y convencerlos de la posibilidad de la Independencia, no es posible en un carácter gris, opaco y mediocre, sino en la petulancia sana de quien se considera a sí mismo “el elegido”.
Por eso discrepo con el profesor Iván Schulman, de la Universidad Internacional de la Florida y autor de más de una decena de libros sobre José Martí, cuando cree que “de los mitos en torno a Martí y sobre su afición a la bebida y a las mujeres, opino que forman parte de la historia íntima de un individuo que se dedicó a la libertad y al mejoramiento de la sociedad latinoamericana”.
No suelo confiar en la perfección, menos cuando esa perfección es un estereotipo decimonónico. Si la exposición sobre Martí de Pedro Ramón López insiste en la presencia martiana durante el siglo XX y hasta los primeros años del XXI, incluyendo la enfermedad terminal y necesaria de Fidel Castro, quiero pensar que es porque en el siglo en que vivimos, pocas cosas nos van a hacer continuar idolatrando estatuas y persiguiendo pensamientos estáticos en un mundo condicionado por las comunicaciones globales, los cambios repentinos de absolutamente todo y la incertidumbre. Con el siglo XXI el recuerdo es hacia el futuro, por extraño que parezca.
Prefiero confiar en un Apóstol más cercano a La Habana que a Jerusalén, capaz de compartir conmigo más los privilegios de nuestra idiosincrasia, que las condiciones bíblicas de la pureza.
Cuando Martí fue desterrado a España con sólo 18 años de edad, mantuvo amores con una aragonesa llamada Blanca de Montalvo y con una mujer nombrada sólo con la letra “M”; dos ases de un tiro.
Cuatro años después, tras arribar a México por el puerto de Veracruz, hay testimonios de sus relaciones con Rosario de la Peña, una bella mujer perseguida por una leyenda. Apodada Rosario la de Acuña, fue la mujer que inspiró el Nocturno del famoso poeta que se suicidó al no lograr el amor de esta mexicana.
Dos años más y surge la historia con su alumna en la Academia de Niñas de Centroamérica, en Guatemala, donde crece una pasión confusa con María García Granados, una adolescente de 16 años que le escribió al Apóstol una hermosa nota de pasión a principios de 1878: “Hace seis días que llegaste a Guatemala y no has venido a verme. ¿Por qué eludes tu visita? Yo no tengo resentimiento contigo, porque tú siempre me hablaste con sinceridad respecto a tu situación moral de compromiso de matrimonio con la señorita Zayas Bazán. Te suplico que vengas pronto. Tu niña”. Finalmente, María García Granados se ganó uno de los más famosos versos martiano: “La niña de Guatemala, la que se murió de amor”.
Paralelamente a esta pasión trágica centroamericana, Martí se casó con Carmen Zayas Bazán, en México nuevamente, a quien había conocido en Cuba en 1875, justamente cuando el Apóstol mantenía relaciones simultáneas con la actriz Eloísa Agüero y también con una dama de apellido Padilla.
Años después, y frustrado su matrimonio con aquella cubana a la que le cantó “Es tan bella mi Carmen, es tan bella, / que si el cielo la atmósfera vacía / dejase de su luz, dice una estrella / que en el alma de Carmen la hallaría”, Martí se une a María del Carmen Miyares Peoli. La conoció casada con su solidario amigo Manuel Mantilla, a donde se fue a vivir a su llega a New York en enero de 1880, pero fallecido este 5 años después, fue sustituido en el calor familiar de la viuda y de sus cuatro hijos huérfanos, por el héroe de la independencia cubana.

La historia de Martí y María es una hermosa historia de amor. Desde que nació su cuarta hija, bautizada como Carmen, en octubre de 1880, nueve meses después del arribo de Martí a la casa de los Mantilla, la historia a indagado lo que parece ser una realidad, que Carmen Mantilla Miyares es hija del Apóstol y es la niña a quien le escribe en sus hermosos Versos Sencillos: “Temblé una vez en la reja / a la entrada de la viña, / cuando la bárbara abeja / picó en la frente a mi niña".
Ya octogenaria, en el año 1959, María Mantilla le envió una carta al periodista y estudioso martiano Gonzalo de Quesada  y Miranda, confesándole: “Yo, como usted sabe, soy la hija de Martí, y mis 4 hijos: María Teresa, César, Graciela y Eduardo Romero, son los únicos nietos de Jose Martí [.. .] No me quedan muchos años más de vida, quiero dar a conocer al mundo este secreto que guardo en mi corazón con tanto orgullo y satisfacción”.
La historia es larga y dubitativa para los idólatras. Durante su estancia en Santo Domingo, en los preparativos de la guerra decisiva, Martí escribe: “Le acaricio la mano fina a la buena muchacha y duermo tendido bajo el techo amable”, cuadro poéticamente descriptivo del éxtasis final tras los avatares íntimos con las mujeres de esta isla, de quienes dice Martí: “El talle natural y flexible de la dominicana da ritmo y poder a la fealdad del más infeliz”.
Reunido con Máximo Gómez en Montecristi, provincia fronteriza con Haití, el Héroe cubano sacó tiempo de entre la redacción de los documentos y la planificación del desembarco, para escribir apenas una frase llena de observación, regodeo y gusto: “La haitiana tiene piernas de ciervo”.
No creo que los nicaragüenses vivan con las referencias constantes de Rubén Darío, o que los peruanos repitan citas de César Vallejo o que en España incorporen los versos de Antonio Machado a la jerga de las tabernas. Los cubanos sí tenemos el privilegio de que el edificador de nuestra independencia, el ideólogo del proyecto inicial de nación, el Héroe o el Apóstol, es el mismo que escribe versos de amor con una de las poéticas que definen el modernismo latinoamericano.
De modo que José Martí se cita cotidianamente en medio del argot popular cubano no importa si se habla de nación y heroísmo o de placer y pasiones; no importa si con la gravedad de su ideario o en medio de las insinuaciones y parodias de la broma y el doble sentido.
Me permito una anécdota ilustrativa. Recientemente me reencontré en la ciudad de Miami con una amiga de juventud que no veía desde hacía 30 años. Había sido entonces, una muchacha bella y hermosa. Esta vez la acompañé a la playa y sentados en la arena y con la moda de la desinhibición, mi amiga se zafó la parte de encima de su bañador y me sorprendió mirándola con pudor, entre asustado y curioso. La fuerza de gravedad había hecho estragos en aquella anatomía de más de 55 años. Mi amiga me hizo un gesto de resignación y me dijo, “luengas me cuelgan”.
Reímos por la referencia y es que el poema “Para un príncipe enano” que José Martí le escribió a su hijo y que todos escuchamos en Cuba desde niños, dice en sus primeros versos: “Para un príncipe enano se hace esta fiesta / tiene guedejas rubias, blandas guedejas / sobre sus hombros blancos luengas le cuelgan…”
El argentino Jorge Luis Borges dijo que “Muchos de los más valiosos programas intelectuales caen en el tedio o en el lugar común, lo que es peor”. La percepción impuesta por el uso desmedido de José Martí sobre su estandarte de bronce, padece de ese tedio que abruma. Asumirlo de carne y hueso, pecaminoso y errático, capaz de todo lo que incumbe a la naturaleza humana, me ha ofrecido el derecho privilegiado de creer más en el Martí que admiro, ese que, de en medio de las pasiones y las miserias emerge con una actitud sublime hacia la grandeza histórica, aún de levita negra o de disfraz de Superman, cómo lo ha concebido Pedro Ramón López en uno de los cuadros de esta exposición: “Inmersa su humilde figura en el universo plástico del Greco, de Portocarrero o de Andy Warhol”.
En un texto que escribí para el catálogo de “Cuba y Martí en el ojo del huracán”, definía al pintor como un hombre con “la insolencia dócil que lo caracteriza”. Creo que le ha gustado porque lo he escuchado citar la frase en otras ocasiones.
Le agradezco a mi amigo artista y “ronero” haber concebido al Apóstol en medio de la vorágine universal donde, si se destacó, es porque José Martí ha sido siempre verdaderamente universal.

Creo que ambos coincidimos en que una manera ventajosa de hacer Patria es con la irreverencia que baja a los héroes del monumento y los convierte en nuestros compañeros en la vida y nuestras circunstancias.

II Cumbre de la CELAC. El festín de los cobardes

Ayer inauguraron el Puerto del Mariel en el occidente cubano. Promete ser el puerto más moderno de América Latina y una obra de utilidad regional que podría darle muchos beneficios al gobierno de La Habana, si no es que repiten el mal endémico de la revolución castrista, la inoperancia, el desinterés, el deterioro cabalgante y la ineficiencia ejemplar.
Todo parece indicar que sucederá y que el Puerto del Mariel pesará en poco tiempo, como pesa un elefante mojado y muerto en la cota norte de la Isla, muy cerca del rutilante puerto modernizado de Miami. Es lo que suele suceder y la rutina es difícil de cambiar.
Pero sin dudas, ha sido un golpe de impacto en medio de la II Cumbre del CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) que reúne a 33 países en La Habana, además de Insulza, ese chileno gris que comanda la OEA, y al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, que inauguró la Cumbre pelándose con un barbero callejero en la Habana Vieja, una broma populacha de turista millonario que visita las ruinas de la ciudad.
Ya sabemos que allí no pasará nada, la cumbre no resolverá nada más que legitimar la dictadura de los Castro Bros.
Ya está hecho, es el remake protagonizado por los presidentes latinoamericanos que cargan con parte de esta responsabilidad digna de los Guinnes, de sostener moralmente a la tiranía más larga de occidente.
Peña Nieto, por ejemplo, no se sustrajo a la tradición mexicana de brindarle su apoyo a los dictadores, y allá fue, sin necesidad, a sonreír en las fotos con Raúl Castro y seguir deportando a cuanto exiliado cubano llega a sus fronteras, con mas rigor que los deportados mexicanos que Barak Obama ha mandado de retorno para que canten “he de comerme esa tuna”.
De Chile fueron los dos, Piñera y Bachelet, el saliente y la entrante, no se por cuál razón a no ser mostrarse en un foro que reafirma el histórico rencor envidioso contra EEUU. No hay otra explicación. Quizás para anunciar que el derrumbe económico chileno que se avecina será impulsado con disparates chavistas por una Bachelet más radical.
Ya la presidenta brasileña Dilma Rouseff se reunió con Fidel Castro y escuchó con paciencia al viejo tirano divagar con su tropeloso lenguaje sobre temas de ciencia ficción, en tanto los demás discutían cómo agregarle a la declaración final el rechazo al embargo de EEUU contra Cuba, cómo exigir la independencia de Puerto Rico en contra de la decisión casi total de los puertorriqueños que quieren ser un Estado más en la bandera norteamericana. Y, por supuesto, el tema de la lucha contra la pobreza, un tema acodado en el ejemplo de Cuba y Venezuela que ha subido a los más altos índices globales la pobreza en sus respectivos países.
Parecería un chiste a no ser por la vergüenza que entraña para esos fantoches presidentes, típicos ególatras latinoamericanos, hacerse los de la vista gorda, asumir la tontería con disimulo para callarse indignamente, sentados frente a Raúl Castro, y no rumorar ni una cobarde palabra de honor sobre la realidad y los abusos que ahora mismo se siguen cometiendo en contra del pueblo cubano, el asesinato cotidiano durante más de 50 años, a la libertad y la democracia en Cuba.

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