Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



miércoles, julio 16, 2014

Mapa dibujado por un espía, de G.C. Infante: El mapa que no registran los GPS

Cuando aquella famosa reunión de los intelectuales cubanos con Fidel en la Biblioteca Nacional tras la censura del documental PM, yo era aún demasiado joven, pero tres años después ya comenzaba a curiosear en aquello sucesos que condicionaron la literatura de Cuba hasta llevarla al suicidio total. Sin embargo, y desde entonces, nadie había definido tan certeramente lo que de allí salió, con tanta vertical síntesis: En la biblioteca lo que hicimos fue llegar a un compromiso: déjanos, por favor, seguir viviendo y nosotros prometemos ponernos en un rincón. Ese fue nuestro compromiso: un puesto al sol pero cerca de la sombra.
Esta cita la copio de la página 230 de Mapa dibujado por un espía, la más reciente novela publicada (pos mortem) de Guillermo Cabrera Infante, aparecida en España y difícil de encontrar. La acabo de recibir desde Amazon gracias a la bondad de mi hija, un privilegio que disfruté al instante y que leí con la pausa del regodeo, saboreándola poco a poco, cada anécdota, cada calle y cada lugar de La Habana, cada nombre citado porque, entre otras cosas, deploro la lectura veloz, el lector de 100 metros planos, porque leer, como hacer el amor, tiene el ritmo justo que desencadena los placeres.
Dije “la novela”. De veras creo que cada libro de CAIN vuelve a ser ese híbrido milagroso que te oculta las fronteras entre géneros y ficciones. Y en ello descubro su principal atractivo, te obliga a prestarte a ese juego de simulaciones pasándote gato por liebre cundo crees que es anécdota y es ,en verdad, imaginación. Y viceversa.
En la misma “novela”, CAIN define a su generación como una generación vencida o una generación vendida. Creo que es una y otra cosa a la vez. Lo que si me atrevo a asegurar es que la literatura cubana tuvo en aquella generación la última legítima en actitudes, disfrutes, obras y comportamiento. Unos vendidos, otros vencidos protagonizaron esas verdaderas vidas que se confundían con sus libros, por eso, además, aquellas novelas (u otro género cualquiera) terminaban por ser vivenciales de un modo exprofeso, como lo hace CAIN, o disimuladamente. Pero, definitivamente, estaba en ellas sus propias vidas.
Ya no es así, hace mucho que no lo es. Acaso una caricatura de aquello cuando más. El resto es doctrina de un modo o del otro. Poses y malos libros. Y adiciono una frase que me librará del odio de amigos y enemigos: “salvo algunas (y honrosas) excepciones”.
Lo cierto es que, como sucede en esta suerte de viaje al pasado, volví a encontrar las delicias de una historia de 1965, uno de esos libros que te cautiva y te pone a gozar como en un carnaval reviviendo una época desaparecida llena de complejas relaciones humanas narradas con lineal sencillez pero de un modo tan fílmico que asistes, durante estos tres días de lectura, a una película de tan largo metraje que ruegas porque no llegue el FIN.
Volví a recordar a personajes que conocí hace mil años ya o con quienes conversé algunas veces con respeto profesional. Harold Gramatges, Chinolópez, Pablo Armando, Humberto Arenal, Gustavo Arcos, Juan Blanco, Felito Ayón, Frank Emilio, Feijoo, Fayad, Leante, la interesante Marcia Leiseca con mucha mas edad de la que tiene en la novela, y hasta Teté Vergara evocada años después en la canción en que la menciona Silvio. Es una época de gloria y definiciones que CAIN detalla con cautela y como en un cuento contado en los sillones de su casa en G y 25, apenas a dos cuadras de donde yo vivía cuando él ya, hacía mucho, se había salvado de la tragedia cubana.
Guillermo Cabrera Infante vivió lleno de enemigos (él se los buscaba sin pelos en la lengua) y de amigos. Pero siento que privarse de las lecturas que siempre nos ha regalado es un acto de suicidio cultural. Un pistoletazo en la cabeza (y en el corazón). Y yo prefiero vivir, por eso le agradezco que desde su muerte nos ofrezca su Mapa dibujado por un espía. Allá los demás, como el cartel legendario de la Bodeguita del Medio, cada quien que cargue con su pesa’o.

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