Cuando aquella famosa reunión de los intelectuales cubanos
con Fidel en la Biblioteca Nacional tras la censura del documental PM, yo era aún demasiado joven, pero tres años
después ya comenzaba a curiosear en aquello sucesos que condicionaron la
literatura de Cuba hasta llevarla al suicidio total. Sin embargo, y desde
entonces, nadie había definido tan certeramente lo que de allí salió, con tanta
vertical síntesis: En la biblioteca lo
que hicimos fue llegar a un compromiso: déjanos, por favor, seguir viviendo y
nosotros prometemos ponernos en un rincón. Ese fue nuestro compromiso: un
puesto al sol pero cerca de la sombra.
Esta cita la copio de la página 230 de Mapa dibujado por un espía, la más reciente novela publicada (pos mortem) de Guillermo Cabrera
Infante, aparecida en España y difícil de encontrar. La acabo de recibir
desde Amazon gracias a la bondad de mi hija, un privilegio que disfruté al
instante y que leí con la pausa del regodeo, saboreándola poco a poco, cada
anécdota, cada calle y cada lugar de La Habana, cada nombre citado porque,
entre otras cosas, deploro la lectura veloz, el lector de 100 metros planos, porque leer, como hacer el amor, tiene el ritmo justo que desencadena los placeres.
Dije “la novela”. De veras creo que cada libro de CAIN
vuelve a ser ese híbrido milagroso que te oculta las fronteras entre géneros y
ficciones. Y en ello descubro su principal atractivo, te obliga a prestarte a
ese juego de simulaciones pasándote gato por liebre cundo crees que es anécdota
y es ,en verdad, imaginación. Y viceversa.
En la misma “novela”, CAIN define a su generación como una generación vencida o una generación
vendida. Creo que es una y otra cosa a la vez. Lo que si me atrevo a
asegurar es que la literatura cubana tuvo en aquella generación la última
legítima en actitudes, disfrutes, obras y comportamiento. Unos vendidos, otros
vencidos protagonizaron esas verdaderas vidas que se confundían con sus libros,
por eso, además, aquellas novelas (u otro género cualquiera) terminaban por ser
vivenciales de un modo exprofeso, como lo hace CAIN, o disimuladamente. Pero,
definitivamente, estaba en ellas sus propias vidas.
Ya no es así, hace mucho que no lo es. Acaso una caricatura de
aquello cuando más. El resto es doctrina de un modo o del otro. Poses y malos
libros. Y adiciono una frase que me librará del odio de amigos y enemigos:
“salvo algunas (y honrosas) excepciones”.
Lo cierto es que, como sucede en esta suerte de viaje al pasado,
volví a encontrar las delicias de una historia de 1965, uno de esos libros que
te cautiva y te pone a gozar como en un carnaval reviviendo una época
desaparecida llena de complejas relaciones humanas narradas con lineal
sencillez pero de un modo tan fílmico que asistes, durante estos tres días de
lectura, a una película de tan largo metraje que ruegas porque no llegue el
FIN.
Volví a recordar a personajes que conocí hace mil años ya o
con quienes conversé algunas veces con respeto profesional. Harold Gramatges,
Chinolópez, Pablo Armando, Humberto Arenal, Gustavo Arcos, Juan Blanco, Felito
Ayón, Frank Emilio, Feijoo, Fayad, Leante, la interesante Marcia Leiseca con
mucha mas edad de la que tiene en la novela, y hasta Teté Vergara evocada años
después en la canción en que la menciona Silvio. Es una época de gloria y
definiciones que CAIN detalla con cautela y como en un cuento contado en los
sillones de su casa en G y 25, apenas a dos cuadras de donde yo vivía cuando él
ya, hacía mucho, se había salvado de la tragedia cubana.
Guillermo Cabrera Infante vivió lleno de enemigos (él se los buscaba sin pelos en la lengua) y de amigos. Pero siento que privarse de las lecturas que siempre nos ha regalado es un acto de suicidio cultural. Un pistoletazo en la cabeza (y en el corazón). Y yo prefiero vivir, por eso le agradezco que desde su muerte nos ofrezca su Mapa dibujado por un espía. Allá los demás, como el cartel legendario de la Bodeguita del Medio, cada quien que cargue con su pesa’o.
Guillermo Cabrera Infante vivió lleno de enemigos (él se los buscaba sin pelos en la lengua) y de amigos. Pero siento que privarse de las lecturas que siempre nos ha regalado es un acto de suicidio cultural. Un pistoletazo en la cabeza (y en el corazón). Y yo prefiero vivir, por eso le agradezco que desde su muerte nos ofrezca su Mapa dibujado por un espía. Allá los demás, como el cartel legendario de la Bodeguita del Medio, cada quien que cargue con su pesa’o.
No hay comentarios:
Publicar un comentario