Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



viernes, noviembre 30, 2007

Gelman, el juego en que andamos


Juan Gelman no es un poeta, sino la esencia poética de una generación que repitió sus versos en desfiles revolucionarios y en íntimas mesas de bares donde enamoraban a una mujer. Gelman tenía esa doble función con su balanceo milonguero, el lenguaje de esquinas y la pasión arrabalera de sensibilidad inaudita.
Juan Gelman no es solo un poeta. Era un enamorado del filo del cuchillo. Transitó ese riesgoso borde donde, a un lado y al otro, están los abismos de la grandeza y el ridículo.
Nadie sintió vergüenza repitiendo sus versos peligrosos.
Nadie se libró del peso de sus adjetivos mínimos y sus diminutivos amorosos.
Entre los que se iniciaron como poetas por los años de la década del 60, los diez años que estremecieron al mundo, siempre estaba el guiño de Gelman, la palabrita sensiblera colocada con ternura. Y se recitaban mutuamente los poemas de “Velorio del solo” como oraciones a Dios.
Con las décadas se fueron olvidando aquellas pasiones. Juan Gelman siguió haciendo su poesía pero una fiebre alta de virus mortal, esa que da la militancia a ultranzas, lo convirtió en un poeta que trataba de rimar revoluciones vencidas, izquierdas en terapias intensivas, con palabras sacadas del corazón. Una poesía que no cautivaba sino a los sordos y ciegos de la historia.
Los acechos de las Triple A argentina y los horrores de las dictaduras militares le dieron duros golpes, primero el exilio, luego la muerte de su hijo, la muerte de su nuera y la pérdida de su nieta nacida en cautiverio. Fue demasiado dolor para cualquier humano, mucho más para el poeta.
A su nieta la rescató quince años después, un poco antes encontró los restos de su hijo y los de la nuera los continúa buscando.
Nunca entendí sus versos abanderados a Fidel Castro, al comunismo ruso y a aquellos tiempos de pandemonios militantes. Su hermano le recitaba a Pushkin en lengua rusa a los 8 años y su padre tuvo que huir de la URSS por los crímenes de Stalin.
Después de tanto dolor, Gelman recuperó sus buenos versos. Dicen que los últimos son tan deliciosos como los de entonces. ¡Menos mal!
Yo lo había olvidado. Estaba, eso sí, agazapado en un pedazo de mi experiencia vital, pero en el fragor de “buscarse la vida” se acaba olvidando esos delirios cardiacos de la pasión.
Ahora lo he vuelto a leer. El premio Cervantes que acaba de recibir, es un justo honor a Juanito Gelman, como lo llamaban sus amigos.
Cuando lo conocí en La Habana era un hombre tímido y callado, de rostro recio, eran los graves influjos de su incorporación a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), una organización guevarista para luchar contra las dictaduras de Lanusse y Onganía. Ahora le reconozco una placidez gestual cuando habla emocionado del premio Cervantes.
Gelman parece, hoy, un poeta tranquilo.
Cada quien recibe las buenas noticias a su modo. Juan Gelman estará feliz con los 90 mil euros que reconocen el valor revolucionario de su poética. Escribirá un nuevo libro de versos con diminutivos gloriosos y ternuras gardelianas y todos le estaremos otra vez, eternamente agradecidos.
El Cervantes se honra con poner a Juan Gelman entre sus premiados. No tengamos la menor duda.

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