Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



jueves, noviembre 08, 2007

Cortázar o Varona fuera de la foto


Los altares del boom han ido cayendo. No ha conspirado contra ellos lo efímero, uno de los temas pródigos en su existencia tropelosa. Tampoco la percepción de la calidad ni la vejez literaria de los clásicos. Es un asunto de incredulidad actual, de poco tiempo para los recuerdos y una manera distinta de disfrutar. La culpa es nuestra, no de ellos.
A los que la muerte los borró, les ha ido peor, porque no tuvieron tiempo de resarcirse. García Márquez es uno de ellos, muerto desde hace tres décadas. El otro es Julio Cortázar, muerto de verdad. Pero mientras que García Márquez tuvo seguidores que, más que seguirlo, lo copiaban con papel carbón de muy mala calidad, dejándonos un continente plagado de novelas horribles donde la gente vuela, los muertos bailan y siempre hay mariposas azules revoloteando, Cortázar dejó una herencia subliminal imposible de deshacerse de ella, aunque no soportemos en el siglo XXI volver a jugar a la rayuela.
Vargas Llosa es punto y aparte. Ni tan uno ni tan el otro. Pero metaforseándose con el mimetismo de los camaleones, ha llegado al 2007 vigente e inexpugnable.
Estas reflexiones se me ocurren cuando me pregunto si sería capaz de leer “Ciao, Varona”, un cuento de Julio Cortázar que acaba de aparecer como del sombrero de David Copperfiel. Señitas pos-mortem del cronopio sempiterno.
“Ciao, Verona” ya estaba escrito cuando Julio publicó sus volúmenes de cuentos “Queremos tanto a Glenda” y “Deshoras”, pero vaya usted a saber por cuál circunstancia personal, no lo incluyó. Es más, en una cita sacada de una carta escrita a su amigo Jaime Alazraki, el novelista se refiere al cuento diciendo: “En Alguien que anda por ahí, hay amargos pedazos de mi vida, por ejemplo Las caras de la medalla, cuya historia siguió y terminó en otro cuento muy largo que escribí hace meses y que entrará en otro libro, si libro hay; se llama Ciao, Verona, y fue tan duro de escribir como el otro".
Había una aceptación vanidosa de la existencia del cuento porque representaba la continuidad de una inicio tanteado, pero a última hora lo sacó del juego y más allá de esa referencia, “Ciao, Verona” permaneció inédito.
La única copia de la que hasta la fecha se tenían noticias, la conservaba, olvidada, la Universidad de Tejas, pero en febrero de este año, la viuda de Cortázar, Aurora Bernárdez, donó, para que fueran integrados a la colección de manuscritos de Barcelona Latinitatis Patria, otra versión original de ese cuento con correcciones hechas por el propio autor.
Para Cortázar, que era además un fotógrafo apasionado, las fotos más reveladoras son "aquellas en que por ejemplo hay dos personajes con un fondo de una casa y luego, quizá a la izquierda, donde termina la foto, hay la sombra de un pie, de una pierna. Esa sombra corresponde a alguien que no está en la foto y al mismo tiempo la foto está haciendo una indicación llena de sugestiones, apelando a nuestra imaginación para decirnos qué había allí después. La atmósfera que se proyecta fuera de la fotografía, esa aura de misterio, guarda una especie de vibración que me parece indispensable para la realización del cuento memorable, que el lector transforma luego en la memoria y en admiración".
Esa sombra sugerente se presenta ahora como “Ciao, Varona”, futuro inmediato fuera del encuadre del aquel lente que captó sus dos libros anteriores y que ahora, asoma su rostro en una foto póstuma, para retraer el universo cortazariano a una época que ya no le corresponde. ¿Quién se atreve a leerlo?

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