Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



miércoles, agosto 18, 2010

El Hemingway de Cayo Hueso

Fui un lector empedernido de Ernest Hemingway. Ya no tanto. Cuando el viejo se murió en el 61, sus libros se me agotaron, ya no había nada nuevo que leer.
Su vida es otra cosa. Más allá del escopetazo fatal en Ketchum, Hemingway edificó un atractivo universo vital que aún sigue dando dinero.
Hace apenas unas semanas lo comprobé en su casa de Key West. Un gran negocio se erige en su nombre y uno paga 15 dólares por entrar a esa suerte de entorno privado del escritor donde es fácil imaginarlo, a pesar del pequeño espacio de la bañera para un cuerpo descomunal y la estrecha escalera que lleva al segundo piso, con escalones cortos donde no cabrían sus zapatos talla 12.
Pero la aventura tiene encanto. Sobre todo porque, dos décadas después, me evocó aquellos viajes que solía repetir a La Vigía, la casa de Hemingway en San Francisco de Paula, en las afueras de La Habana. Lo hice costumbre. Y cuando la fantasía me revoloteaba con los mejores momentos de París era una fiesta, me iba a la blanca casona donde se descubría la presencia fantasmagórica del novelista, con más certeza que en Cayo Hueso.
Aquí hay menos libros, menos hábitos cotidianos dejados con desdén para retar el tiempo. Hay menos remembranzas personales, menos ambiente doméstico. Pero fue bueno visitarlo. Es como la otra cara de la misma moneda.
No faltan las fotos en el yate Pilar, una cerámica que Picasso le regaló y la torre aislada donde escribir solo y de pie. El guía, un yanqui como él, de fañoso acento sureño, es más interesante oírlo que entenderlo porque, más allá de las repetidas anécdota de Hemingway y sus mujeres, habla como un fondo musical del cine negro hollywoodense de los años 40.
La casona de Cayo Hueso está impecable. Todo se conserva con cuidado y se apoya en innumerables materiales impresos a disposición del visitante. Los jardines tienen el misterio boscoso y tropical de los de la Habana, pero más pequeños, y los gatos deambulan como dueños de su casa. Al morir, pasan a engrosar el cementerio felino que Hemingway repitió en Cayo Hueso.
Para colmo, en una esquina de la calle Duval, corazón pintoresco de Key West, una fachada de madera machihembrada anuncia el Sloppy Joe’s Bar. Es la evocación misma de aquel bar abandonado en La Habana.
Como Hemingway, pude hacer en Cayo Hueso lo que nunca pude en mi ciudad, salir de su casona al Sloppy y tomarme un whiskey bourbon doble a la roca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

J'aime vraiment votre article. J'ai essaye de trouver de nombreux en ligne et trouver le v?tre pour être la meilleure de toutes.

Mon francais n'est pas tres bon, je suis de l'Allemagne.

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