Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



lunes, agosto 23, 2010

Cocodrilos en los Everglades

Ray es el mayor cocodrilo de los Everglades. Tiene más de 250 libras de peso, más seis pies de estatura y una barba canosa. Es torpe al andar y habla con el fañoso sonido legítimo de su estirpe. Es un viejo pintoresco que más allá de su estampa de rudo cazador, su sonrisa delata la nobleza.
Es guía en los Everglades. Monté, con él como piloto, uno de esos curiosos helicópteros horizontales, suerte de barcaza con ventilador en la cola que nos envía flotando, como alfombra de Alí Babá, sobre el pasto mojado de los pantanos al sur de la Florida.
El sol es criminal y el paisaje se convierte en atractivo por el abuso de la horizontalidad y la reiteración. ¿Qué sorprende flotando a gran velocidad sobre los Everglades? Nada, absolutamente nada, pero justamente en esa falta de sorpresa paisajística está la atracción. Es una sobredosis de vacío.
Luego de media hora volando entre el césped que sobresale de las aguas pantanosas y el cielo despejado, casi calcinado por el sol, se siente la más extraña sensación de soledad que no aplaca ni el rugido de las hélices del bote deslizador.
Para Ray, sin embargo, es agua bebida. Se conoce los senderos navegables dentro del pantano, los recovecos fangosos y los montículos de hierbas altas a las que entra flotando sin compasión para sacar, asustado, de su refugio sombrío, a un enorme cocodrilo.
Las aves del pantano huyen de entre las hierbas donde cazan. Hay raras mariposas y una inmensidad de flores acuáticas y silvestres. Para quienes crecimos entre bosques tropicales, selvas del Caribe verdes y arboladas, esta estepa acuática inundada de cocodrilos es una postal extraña rodeada de horizontes por todas partes. Es cómo estar en medio del mar, sólo que en vez de olas, navegas sobre la hierba.
Ray habla sin cesar en un inglés costumbrista, cuenta historias de lagartos y miccosukee, la tribu de indígenas que vive en medio de los Everglades. Se ríe de sus chistes como si todos lo entendiéramos y acaricia su barba cana.
Al regreso, en el campamento, me deja cargar un pequeño cocodrilo que tiene la piel suave, como un guante vivo de gamuza que te mirara aburrido mientras posa para las fotografías.

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