Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



jueves, febrero 11, 2010

Hablando se entiende la gente.

Como no soy especialista en la lengua y la lengua es mutante y adaptable, opto por esa versión en la que las terminaciones en “e” corresponden a “ente” que es el participio activo de ser. Por tanto es presidente, como regla, aunque ya sabemos que el idioma lo hace el uso (atención: pero no el disparate por mucho que se use) y puede aceptarse (no obligarse) al empleo de presidenta en vez del académico presidente.
Pero es una excepción, no la regla, porque es bueno leer sin prejuicio este párrafo que nos han enviado: “La pacienta era una estudianta adolescenta sufrienta, representanta e integranta independienta de las cantantas y también atacantas, y la velaron en la capilla ardienta ahí existenta”.
He leído algo similar y muy bien sostenido, en el Manual de Estilo de El País, que como todos los que hacemos periodismo sabemos, es la Biblia del estilo periodístico en la lengua nuestra, escrito por Alex Grijelmo (Como "El estilo periodístico" entre otras obras suyas obligadas del idioma), en donde se contradice ese afán sexista del idioma que, por demás, es aburrido y feo y que tanto gustan de usar en nuestro país (Rep. Dominciana) desconociendo que el respeto al sexo no se sostiene en decir presidenta, como suelen creer muchos.
Hay una confusión de origen, género no es sexo, y el género humano posee los dos sexos, como los equinos, los vacunos, los simios, etc. Hay otras especies que sólo tienen un sólo sexo, sucede en muchos peces, por ejemplo.
O sea, que somos el hombre, como género, como son los caballos y los perros, y los sexos son hombre y mujer, caballo y yegua, mono y mona.
En el siglo XX se diferencia entre sexo y género; asignando lo primero a una realidad biológica y lo segundo a una creación social. Algunos autores muy recientes han querido desvirtuar el concepto lógico y establecido afirmando que el género en sí no existe y que las diferencia entre hombres y mujeres son sociales.
Si el género fuera hombre y mujer, como ahora se dice, ¿a qué género pertenecemos todos, hombre y mujeres a la vez? ¿Alguien sabe? Es como esa redundancia deliciosa de “la persona humana” que hace pensar que existen otras personas que no son humanas, ¿es que hay rinocerontes humanos? O ponerle el artículo “La” al nombre del país que constitucionalmente es República Dominicana y no “la República Dominicana” como si habláramos de “la república de Colombia”, por ejemplo, insistiendo en que el país, que se llama Colombia, es una república y no una monarquía.
Es el ejercicio al que respondo por encima de las leyes provincianas porque el idioma no lo construyen los parlamentos, es más, suele suceder que son ellos lo que peor lo usan.
No me parece respetuoso que existiendo una academia del idioma, que es internacional y engloba a todos los hispano-parlantes, vengan parlamentarios a fijar normas constitucionales del idioma, porque estaremos construyendo, dentro de un mundo de tendencia globalizantes, pequeños y cerrados círculos babelianos.
No creo que textos parlamentarios traten de oficializar el uso del idioma llenándolo de costumbres locales no sin intereses sexistas y atados, de soslayo, a posiciones políticas.
¿Por qué atribuirse semejante poder sobre una lengua de siglos, si basta con ir a la Academia que, justamente, acaba de publicar un diccionario con sus anexos de dudas, etc, actualizado, moderno y ajustado al siglo en que andamos y a la inmensidad de naciones que usamos el mismo idioma? “Zapatero, a tu zapato”, dice la sabiduría popular.
Respeto el intento de trazar normas “nacionales” al uso del idioma, pero preferiría que decretaran la alfabetización idiomática de la mayoría de los congresistas y diputados, políticos, empresarios y ciudadanos en general.
Entonces daríamos un ejemplo a Hispanoamérica, porque no es cosa de oficializar "dialectos", "lenguas muertas", "localismos errados", "idiomas mediocres", no es caer en la populista demagogia de confundir aún más al mundo con el quechua o el catalán, sino todo lo contrario, universalizar nuestro pensamiento con una comprensión común.

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