
Para las dictaduras de izquierda, la publicidad es propaganda y la cultura ideología. Esas son las herramientas que rigen las comunicaciones cubanas, exorbitadas ahora con esa suerte de “intercambio cultural” en una sola vía, unilateral, que llena a Miami de músicos de la isla, bienvenidos, pero que brilla por su ausencia en sentido contrario.
¿Qué es lo que sucede? Hay una razón fundamental, el libre comercio. Empresarios artísticos estadounidense se entusiasman por la atracción de la música cubana que llena escenarios, disipa curiosidades y garantiza una enorme rentabilidad. En la otra orilla, la insular, no existen empresarios capaces de tomar iniciativas y poner capitales en riesgo, el único empresario allá es el Estado, que no se aventurará jamás a subir a Gloria Estefan al Karl Marx por muchas ganancias que garantice. Justamente por eso, porque para el totalitarismo cubano la cultura es ideología y mientras continúan su costumbre de limitar la cultura a sus intereses ideológicos, envían a estas palomas mensajeras que, subliminalmente, a veces inconscientemente, se constituyen en multiplicadores del mensaje oficial.
Es decir, que este intercambio cultural no es posible, al menos equitativamente. Se edifica bajo lenguajes diferentes, preceptos diametralmente opuestos y rivales, acepciones distintas de la cultura, el espectáculo y el negocio.
Las pruebas son elementales: Van Van, La Charanga Habanera, Manolito y su Trabuco, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Carlos Varela. Una avalancha de artistas de la isla llega a territorio estadounidense con la ausencia absoluta de la experiencia inversa. ¿Corre peligros el establishment con los cánticos revolucionarios de Van Van o de Silvio Rodríguez?, en lo absoluto, porque su misión ideologizante está mediada por el bussines, sanada por la solidez de una sociedad que coloca la cultura en su justo lugar.
Al revés sí. Promovida e impuesta como voz de la ideología, un montuno de Willy Chirino en La Habana puede cambiar las cosas y provocar incidentes peligrosos. Al menos alentar ese rumor que ocasiona víctimas en una sociedad frágil que se sostiene en la doble moral.
Anoche disfruté en el excelente y polémico espacio televisivo María Elvira Life (Mega TV, Miami, Fl.) un diálogo sobre las de declaraciones del cantautor cubano Carlos Varela, de visita en Miami. Fue interesante escuchar a Varela apoyar a las Damas de Blanco, hablar del cambio, la libertad, elogiar al disidente Zapata muerto en huelga de hambre. Fueron fuertes sus declaraciones, golpearon al régimen de La Habana y apoyaron las que hace un par de meses, hizo Pablo Milanés.

Pero cuidado. Ambas fueron hechas fuera de la Isla, porque dentro jamás se arriesgarían a declaraciones tales, y es comprensible. No es racional inmolarse políticamente dentro de Cuba. La otra noticia es que las declaraciones de Varela tampoco serán transmitidas por los medios cubanos. Es decir, su comportamiento honesto en la rueda de prensa miamense funcionan como mensaje subliminal de libertad y tolerancia a quienes somos los únicos receptores, los habitantes del mundo, excepto los de Cuba.
La prueba estuvo en el mismo programa. Uno de los panelistas invitados, de apellido Cancio, comentó que eso prueba que “el gobierno cubano acepta todas las críticas que se le quieran hacer, pero siempre que se hagan en un marco de respeto”. Esa es la clave de la fingida tolerancia ocasional y limitada a ciertas voces elegidas por su dimensión internacional.
¿Es que las autoridades cubanas se lo encomendaron? No lo creo, es un acuerdo tácito. Cada quien sabe qué escalón ocupa en el complejo entramado propagandístico cubano; hasta dónde puede llegar, frente a qué escenario y cómo semejante conducta se revierte en beneficios para quién.
El error no está en aplaudir las declaraciones de Varela, en significarlas de “honestidad y valentía”, como aseguró otro de los panelistas invitado al programa, porque, a esta altura del juego, el ardid subliminal que presume el gobierno cubano suele convertirse en un boomerang. El error es asumirlas como esa prueba de tolerancia y libertad que Cancio pretendió apuntar, porque sería, por “carambola”, calificar la disidencia cubana de 50 años, las Damas de Blanco, los blogueros, los grupos políticos opuestos a la revolución, los más de dos millones de exiliados que han abandonado la Isla, de críticos irrespetuoso a quienes se les ha perseguido, golpeado y encarcelado por su irreverencia con el gobierno, no por su oposición.
¿Es que la población presidiaria de conciencia, de opinión y política más grande de occidente ha sido irreverente con la revolución cubana? ¿Es que no ha existido un crítico decente, un opositor al gobierno cubano que se haya manifestado con respeto? La manipulación ha querido revertir las críticas de Varela convirtiéndolas en la prueba fehaciente de la tolerancia cubana. Justamente, para el invitado al programa María Elvira Life, Pablo Milanés y Carlos Varela son los únicos críticos respetuosos de la dictadura en Cuba.
Creo que el programa que conduce la periodista María Elvira Salaza dejó demasiados cabos sueltos en este tema sutil y escabroso. Se abrió a una acepción ambivalente y cayó, quizás sin proponérselo, en la trampa de la confusión.