
Los amores estaban fríos. Nadie podría adelantar cuál fue la estocada decisiva que asesinó aquella pretendida armonía. El petróleo venezolano de Petrocaribe dejó de llegar a puertos dominicanos y el asunto pintaba mal.
Ahora, las diferencias se han visto públicas. Fernández, en esa actitud de Mesías regional que le encanta encarnar, decidió por su propia voluntad, desatar sus dotes para lo que el dominicano llama “vocación natural para el allante” y que tan bien define parte de la idiosincrasia nacional y, por supuesto, la personalidad del presidente dominicano. Y se fue a mediar por la disputa entre Hugo Chávez y Alvaro Uribe en Cancún.
¿Quién se lo pidió? En realidad eso no se sabe o si fue cosa de su creativa y propia voluntad. Lo cierto es que, tras salir de Bogotá, Chávez no recibió a Fernández, negó su mediación, la calificó de “unilateral”, dijo que no le interesaba, que no lo atendería y Leonel Fernández tuvo que regresar a Santo Domingo. ¡Qué lástima!, ¡tanto que le gusta pasear!
Ahora, Venezuela a agregado que la visita de su canciller Nicolás Maduro a Santo Domingo no fue para hablar sobre ese conflicto colombo-venezolano, como había anunciado el vocero de Fernández.
Es decir, a Leonel le cerraron la puerta venezolana en sus propias narices, lo desautorizaron, lo mandaron a callar y desmintieron sus pretensiones llamándolo poco menos que mentiroso.
Pero ese ilustre ministro de Estado dominicano, César Pina Toribia ha dicho que “aquí no pasa nada, Dominicana y Venezuela, ra-ra-rá”, tratando de apagar el fuego evidente con argumentos emotivos de latinoamericanismo trillado.
La realidad es que Chávez, que ya sabemos su disposición constante a la grosería, la violencia y el disparate, le hizo un desplante público a Leonel Fernández, a pesar de que se estrenó unos trajecitos confeccionados en París, para la ocasión.
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