Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



viernes, agosto 15, 2008

Latinoamérica; mestiza y real

Hay veces en que la idiotez pierde sus límites. Es cautivante y crea espejismos. Günter Grass escribió que a los dictadores los hacen los entusiastas. Tengámoslo en cuentas.
El presidente venezolano Hugo Chávez propuso cambiarle el nombre al continente pasándolo de Latinoamérica a Indoamérica. Lo lamentable es que muchos le siguen la corriente con discusiones, foros y encuestas.
Dejémonos de ilusiones, en Chávez no hay la menor fundamentación teórica, no es que leyó las propuestas del peruano Haya de la Torre, del escritor Carlos Fuentes, del historiador venezolano Guillermo Morón, ni del mexicano Fernando Nimrod Moreno García. No es fundamentación lo que rige el pensamiento chavista, si no fundamentalismo.
A Chávez se le ocurrió lanzar otro disparate mercadológico durante la clausura del “Congreso Bolivariano Indo-americano Jóvenes Guerreros Indígenas contra la miseria y el imperialismo” celebrado en Caracas. Ya el nombre del Congreso se las trae, pero el mandatario venezolanolanzó la propuesta del nuevo nombre continental y, quizás, hasta lo decrete en su feudo, como sucedió con el apellido “bolivariano” que le colgó a Venezuela.
No hay dudas de que la raíz latina de nuestras lenguas nos abraza, y que el idioma es el centro de la cultura y la cultura define la idiosincrasia de una nación. De origen latino son todas nuestras conciencias nacionales. Hasta ahora, es la mejor opción.
Lo que llegó de Africa, del lejano oriente, o de Inglaterra, Holanda y Arabia fue declinando por la preponderancia latina. Lo demás era Italia y Portugal y, por supuesto, lo poco que quedó de la devastada herencia indígena, más notable en el continente, imperceptible en el Caribe, pero siempre menor, débil, primaria y asimilada por la civilización.
Obviemos la demagogia. Cuando los mayas se guiaban por el calendario, da Vinci estaba pensando en volar. El Popol Vuh no podía leerse con la facilidad de la Divina Comedia, Hamlet o El Quijote gracias a la imprenta de Gutenberg. Las figuritas antropomorfas en los petroglifos taínos de las cavernas del Caribe, no influenciaron los frescos de Miguel Angel en la Capilla Sixtina; como los palos y caracoles percutidos de los incas distaban de las polifonías corales en el barroco alemán de Juan Sebastián Bach.
El indigenismo es retrógrado, tanto como Evo Morales. Pero a diferencia de este, el indigenismo vale asumirlo en su justa medida original, histórica y cultural.
La pretensión de llamar indoamérica al continente que habitamos, es un acto de hipocresía racial, una nominación que excluye a las grandes mayorías que han nacido en esta parte del mundo durante los últimos 500 años de existencia testificada. Todo lo anterior, es prehistoria, o sea, convertir las vacas en mamuts, los elefantes en dinosaurios.
Es sólo terreno fértil para el estudio de los antropólogos y para los políticos que especulan con el hambre, la pobreza y la miseria de esas comunidades indígenas que, en Suramérica, le entregan sus votos a los demagogos y populistas que llegan en campaña con promesas falsas y dos libras de harina, mientras las conservan en el patio del desarrollo, el bienestar, la educación y la tecnología para exhibirlas en congresos como el de Caracas, con el mismo afán de los cirqueros.

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