Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



miércoles, diciembre 17, 2008

Herencia, historia y dolor. Yo no puedo olvidarlo

Cuando llegas a la ciudad de Miami, lo primero que te muestran es la Torre de la Libertad, un edificio de corte mediterráneo, frío y bello a la vez, de fachada color mostaza, que acaba de ser declarado Monumento Nacional.
Su historia es nuestra historia. La emblemática torre del downtown de Miami lleva ese apelativo glorioso porque se convirtió en el refugio de los 265 mil exiliados que volaron desde La Habana hacia el sur de la Florida, en los famosos Vuelos de la Libertad, que cruzaban el estrecho canal dos veces al día entre 1965 y 1972.
Antes de los famosos vuelos, ya estaban en territorio estadounidense 270,000 mil cubanos exiliados. Un censo realizado en 2007 arrojó que hoy viven en EEUU, 1 millón 241 mil 685 ciudadanos nacidos en Cuba, más la descendencia directa de ellos, pero que ya son naturales de ese país.
Desde entonces, la Torre de la Libertad acunó, protegió e insertó a miles y miles de cubanos dispuestos a comenzar una vida nueva en la ciudad de Miami, a dónde llegaron sin un centavo, vacíos y anónimos, sólo agarrados a la esperanza.
El eterno segundón del gobierno cubano (hoy reducido a su enésima parte) Carlos Lage, ha declarado que “es un acto de barbarie prohibirle a un ciudadano visitar a su familia", refiriéndose a la prohibición de los viajes a Cuba que el gobierno de George Bush había decretado.
A mi no me cabe dudas de que es un acto de barbarie que atenta contra la libertad individual y es una bofetada a la nostalgia y los vínculos de afectos humanos. Lo que no acepto es que Lage se erija ahora, defensor de ese derecho.
Yo no se quién lo habrá olvidado, pero recuerdo en detalles aquellos años de represión feroz en Cuba contra quienes querían emigrar, la obligación a pagar su “culpa” por traicionar la revolución, despedidos de sus trabajos y, en calidad de prisioneros, llevados durante meses o años a trabajar en el corte de caña, lejos de sus casas y sus familias.
Hasta finales de 1979, cuando Cuba aceptó “la comunidad de cubanos en el exterior”, recibir una carta, una llamada telefónica o un envío de un familiar exiliado, era motivo de castigos severos. Por más de 20 años, una carta de tu hijo, tu hermano o tus padres, se pagaba con la desconfianza oficial, el estigma social y la separación del trabajo. Y pasabas a los registros de la inteligencia cubana.
Por más de 20 años, quienes se fueron de Cuba estaban imposibilitados de visitar la Isla por disposición de las autoridades revolucionarias.
Por más de 20 años, salir de Cuba fue imposible, tener un pasaporte estuvo prohibido.
Por más de 20 años, exiliarse era sinónimo de “gusano”, “apátrida” y el territorio nacional, tus derechos de cubano, tus pertenencias y tu dignidad quedaban reducidos a la nada.
La revolución cubana cumple 50 años, medio siglo de terror. Si por más de 20 años aquello fue disposición gubernamental evidente, por el resto de estos 30 años ha existido como el mismo odio disimulado.
Conozco amigos que han sido devueltos desde el aeropuerto de Rancho Boyeros en La Habana por su explícita conducta disidente, aunque sólo sea de conciencia.
Hasta hace apenas dos o tres años, los cubanos residentes en el extranjero estaban obligados a solicitar un permiso en sus embajadas que le permitieran o no, visitar Cuba. Hoy, eso ha cambiado insustancialmente. Aún hay que pedir esa autorización y ellos consideran si tienes o no el derecho de visitar a tus familiares en Cuba. Pero aún así, tener el permiso estampado en tu pasaporte no es una garantía. Al llegar a La Habana, pueden prohibirte el acceso al país y debes regresar desde el mismo aeropuerto, en el primer vuelo.
Hoy sigues perdiendo tus derechos nacionales cuando emigras. Es aún la misma concepción de que irte de Cuba es un destierro.
Pero Lage se otorga la libertad de decir que “es un acto de barbarie prohibirle a un ciudadano visitar a su familia". Es verdad, sólo que ellos son los bárbaros mayores, decanos y doctores. Ellos iniciaron y mantienen esa política inransigente, de odios y venganzas.
Lo más doloroso es ver cuántos cubanos olvidan estas historias. Cuántos han hecho mutis de sus memorias y a veces de sus propias experiencias, para condenar sólo una parte de lo condenable.
O ver cuántos cubanos que volaron a Miami desde aquellos Vuelos de la Libertad hasta hoy, practican la ingratitud y el olvido. Esa "selva contrarrevolucionaria miamense, intolerante y retrógrada", condenada por muchos de nosotros mismos, es resultado de la misma herencia adquirida, es la misma creación nuestra y es el reflejo de ese dolor que muchos han olvidado sin compasión, más intolerantes aún, más irreflexivos, más vanidosos.Y olvidadizos hasta la vergüenza.
Yo me inclino por el respeto a todos. Desde el niño que llegó una vez a La Torre de la Libertad despojado, sin familiares, aterrorizado, que dejó su padre muerto en un paredón de La Cabaña; o del que vino en una balsa a la deriva con el recuerdo de la dentellada del tiburón sobre el corazón de su madre; o del que voló feliz y pidió refugio al llegar a Miami. Todos tienen sus propios argumentos, sus propias razones, sus propias experiencias respetables porque todos somos victimas de la misma humillación.
Y aplaudo que la Torre de la Libertad haya sido declarada Patrimonio Nacional en EEUU. Tenemos que validar nuestros símbolos con la experiencia de este medio siglo que los tiranos y sus cómplices festejarán este primero de enero.
Esa Torre mostaza de estilo mediterráneo, Hialeah, la Pequeña Habana o el cementerio de cruces simbólicas por cada cubano muerto en su intento por escapar de la isla, son parte de nuestra verdad histórica, de la presencia de nuestra cultura, de nuestro rastro y de nuestra existencia y sobrevida, y de esta carga de dolor que arrastremos mucho más allá del final de la dictadura.

No hay comentarios: