Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



martes, octubre 21, 2008

México, no son tiempos de danzones y boleros

Uno de los motivos que despertaron mis simpatías por el candidato republicado a la presidencia de Estados Unidos, ha sido su trabajo sostenido en busca de una solución migratoria que beneficiaría, sobre todo, a los emigrantes mexicanos indocumentados en suelo estadounidense.
Con más de una década exiliado en República Dominicana, he asumido la solidaridad con quienes saltan de sus trágicos países en busca de oportunidades y derechos, por encima de las restricciones legales y los egoísmos nacionalistas. Si el mundo se esgrime global y único para el comercio, las políticas y los mercados, entonces asumámoslo con la misma honestidad abierta para quienes huyen de las miserias de sus propias naciones.
José Martí escribió en el periódico El Nacional en 1889 que “si en la tierra donde nací no encuentro la libertad y el respeto para el que nací y lo encuentro en otra tierra, entonces mi patria no es aquella donde nací, sino la que me ha brindado la libertad y el respeto para el que nací”. Para el Apóstol, las reglas de la dignidad y la nacionalidad real estaban claras desde hace mucho más de un siglo.
El odio chovinistas de varias naciones europeas mediterráneas atenta con furia incontenible y racial contra los huidizos emigrantes del norte de Africa. Son historias de exclusión, abusos y humillaciones. Es el orgullo clásico, viejo y corroído como las columnas del Partenon.
Sin embargo, si el dolor de tantos años de exilio, la nostalgia contenida y la separación de mi calle, mis portales provincianos y el amigo de la infancia no me obligarán a resistirme a ser arrastrado por la indolencia de los gobiernos, yo preferiría ahora a Barack Obama como próximo presidente de los EEUU porque su conducta tradicional ha sido una negación rotunda a los acuerdos migratorios posibles que le darían un estatus razonable a los indocumentados mexicanos.
Que los deporten, los separen de sus sueños, sus familias, de sus esperanzas. Que en 48 horas los vuelvan a sus pueblitos indígenas sin discusiones ni alternativas. Que los hagan cruzar la frontera de regreso a casa a fuerza de cárceles, fusiles y odios.
Ni escrúpulos ni respetos. Que los echen y nada más.
Como mismo ha concebido legalmente el gobierno mexicano contra los cubanos que huyen de la dictadura más vieja del continente. Un acuerdo para deportarlos de suelo mexicano con destino a La Habana, donde les espera la exclusión, la represión y la venganza policial castrista.
La hipocresía tiene nombre y apellido. El presidente mexicano Felipe Calderón, su gobierno, la prensa mexicanas, las fuerzas públicas, las voces civiles, las clases académicas, artísticas, profesionales, los ciudadanos mexicanos exigen enérgicamente un estatus legal para sus indocumentados en EEUU, mientras concretan y aprueban semejante acuerdo contra los cubanos refugiados que llegan a México. Unos firman la infamia junto al canciller de La Habana, otros conspiran con su disimulo, su indolencia y su silencio.
Qué lejanos tiempos en que el bolero y el danzón viajaron en barcas de oro a tierras yucatecas y Rita Montaner cantaba criollas en las películas de los estudios Churrubusco.
La gloria de Cuba, arrasada por la tiranía más larga de occidente, es apaleada por la traición, la complicidad y la indolencia de un país que una vez creímos hermano.

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