Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



miércoles, mayo 21, 2008

José Lorenzo y la gaviota, 40 años después


Hace apenas unos días compartí un abrazo y un wisky con José Lorenzo Fuentes en casa de un amigo común en el Southwest de Miami. No esperaba encontrarme allí al cuentista que fue parte del estrecho círculo que estremeció la narrativa cubana de la segunda mitad del siglo pasado. Bastan los dedos de una mano para contarlos y uno de ellos, quizás el índice, lo fue José Lorenzo, amputado por la intolerancia y el odio que apenas comenzaban frustrando la grandeza anunciada por la narrativa del país en esa década prodigiosa de los 60.
Desde ellos sólo ha quedado polvo y tambores, y algún destello que asoma codeándose con el circo de las insolencias permitidas.
“Después de la gaviota”, mencionado por el Concurso Casa de las Américas en 1968, cedió entonces el premio a otro volumen mayor, "Condenados de Condado", en esos tiempos en que Norberto Fuentes hacía literatura y no comics de la memoria a un lado y al otro de las fronteras.

Ahora, 40 años después, José Lorenzo me regaló una nueva edición de “Después de la gaviota” con un texto en la contraportada del chileno Jorge Edward, quien fue integrante del jurado en aquel entonces, y prólogo de Amir Valle. La editorial Iduna hizo justicia con esta edición, no solo al escritor silenciado por decreto oficial, sino a tres generaciones de cubanos que no recuerdan la trascendencia de un libro sacado de la circulación nacional, borrado de las citas oficiales y suspendido de los estantes de librerías y bibliotecas, que colocó en medio de las mágicas realidades de entonces un modo insólito entre lo sublime y el misterio del interior humano, con una forma magistral de contar saltando insistentemente de un lugar al otro del mismo personaje sin la menor sorpresa para el lector.
La nueva edición de “Después de la gaviota” es una lección de responsabilidad con la cultura cubana. Es hacer lo que 40 años después, continúan impidiendo en la isla a pesar de que con ello silencian una voz insustituible en la mejor época literaria que promovió la Revolución y que, como Saturno, ella misma fue devorando.

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