Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



viernes, octubre 26, 2007

Literatura y conciencia social; ¡abajo las tendencias!


Un famoso dirigente de la revolución cubana, muerto ya, le dijo cierta vez a los intelectuales “No se confundan, ustedes no son la conciencia de nada”. La frase esgrimida con tono amenazante y descalificador, tuvo una nefasta repercusión en la masa de artistas y escritores cubanos, que en ese entonces, estaban sumidos en una época gris y represiva en la historia reciente de Cuba.
La sentencia del personaje, Carlos Rafael Rodríguez era su nombre, un viejo comunista sobreviviente, era el reproche a una conducta generalizada en un mundo posterior a él, es decir, el de ahora. Y no es que el viejo comunista tuviera razón entonces y ni tan siquiera que se adelantara a las leyes sociales de la posteridad (de su posteridad), sino que las sociedades actuales se han definido con un escepticismo y una praxis patológica que saca del juego el pensamiento social y la reflexión sustituyéndolas por la obtención de buenos dividendos y la manipulación de las percepciones masivas.
A estas alturas no sólo Carlos Rafael Rodríguez, que en paz descanse, sino todos debíamos preguntarnos hasta dónde la literatura es necesaria (no ya urgente, al menos utilitaria en el más disgregante de los sentidos).
Los niveles de lecturas (lectores de literatura) se miden por los niveles de venta de libros en un circuito comercial donde es difícil encontrar librerías.
Un amigo que hace poco recorría conmigo los salones de la librería Cuesta Centro del Libro en la ciudad de Santo Domingo, abría los ojos abismado por la cantidad de títulos que se agrupaban en los estantes y los amplios espacios de dos pisos dedicados a la complacencia de lectores. ¿Cómo se sostiene esto?, me preguntaba con curiosidad financiera. Sumó empleomanía, factura eléctrica, costo de los servicios y sólo llegó a hacerse un pensamiento lógico racional si cada libro que se vendía allí estaba sostenido por la venta de dos toallas en Cuesta Centro del Hogar y una bandejita de tomates de ensalada del Supermercado Nacional, todos pertenecientes al mismo grupo empresarial.
No se si el cálculo sería avalado por los dueños de esos establecimiento, pero para la cordura general, es un argumento convincente.
Aunque estas reflexiones anteriores pudieran ofrecer una sospecha de que estamos por los caminos de abandonar el empeño literario y argumentar la inutilidad de la literatura, lo cierto es que el destino final de tal panorama desolador, es comprender que sólo sobre la base de rescatar valores perdidos en las sociedades modernas es que se puede aspirar a la habilitación del mundo.
Cuando hace apenas unos años una amiga que vive en las afueras de Hamburgo me dijo que en su casa no había televisión y que en las noches, tras encender la hoguera, ella y su marido se leían novelas en alta voz, me quedé asombrado. ¿Cómo es posible a estas alturas sumirse en una lectura en alta voz junto a la hoguera en vez disfrutar los capítulos de CSI New York? Poco después supe que mi amiga nos ofrecía una ilusión perversa porque ella no quería aceptar la realidad de que sí veían en las noches los capítulos de CSI New York en una pantalla plana de 56 pulgadas.
¿Por qué me mintió? ¿Es que hay en el subconsciente de todos una necesidad de regreso a los valores perdidos?
Las generaciones de hoy presumen saber de literatura porque han visto las versiones de los grandes libros en DVD. Una amiga dominicana que vio conmigo una versión al teatro musical que se puso en París de El Jorobado de Notre Dame, me comentó: “Yo conocía la original, la de Disney”, presumiendo que el original de la obra era la versión animada de Walt Disney sobre el libro de Víctor Hugo, de quien jamás había oído hablar.
Asumir la cultura como estadística de campaña termina por ser el mayor boomerang porque nos devuelve el golpe mortal. Asociar la cultura a conductas políticas crea rechazos en un sector sólo por entusiasmos militantes, por alineamiento en posiciones partidistas o al menos de preferencias. Y ese uso es parte del estigma de la literatura de hoy, cuando los escritores más que seres evadidos dedicados a hacer la literatura, libros que no pretendan “mensajes” implícitos, porque la literatura no es el telégrafo ni un ministerio de comunicaciones, se transformaron en parte de una conciencia social con actitudes militantes ante la realidad de sus respectivos países.
Los izquierdistas no disfrutan de Vargas Llosa y los de derecha rechazan a Eduardo Galeano, cuando ambos son generadores de un bien superior a las tendencias y enaltecedores de los valores humanos por encima de la basura en que militen. Y ese peligro ha ido denigrando el ejercicio literario hasta las márgenes terrenales de la política. Justamente de donde hay que escapar, o sea, que el viejo comunista del inicio de este cuento, tenía razón; no siempre estuvo tan equivocado.