Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



viernes, octubre 26, 2007

Vírgen de la Caridad del Cobre: Las dos apariciones en Santo Domingo


Como una tabla salvadora de la espiritualidad que se va perdiendo entre la distancia y el fragor cotidiano por subsistir, la Patrona de Cuba plantó su presencia este 8 de septiembre en la Catedral Primada de América.
El viejo templo de la ciudad de Santo Domingo, primero en el Nuevo Mundo, sirvió de escenario para que la Misa Cubana a la Virgen de la Caridad del Cobre sonara entre sus columnas y sus arcos con el redoble de los tambores batá, las congas que llaman a la felicidad y al delirio, y transculturan el alma de quienes se movían gozosos con la oración musical a “Cachita”, tan lejos de la patria desde donde se rescatan, acaso, los instintos.
José María Vitier fue el culpable. Sólo un músico en cuyos genes fluye la sangre familiar poética y formado sin prejuicios entre Bach y Cervantes, Chano Pozo y Mozart, a medio camino entre Michelle Legrand y Loquibambia, pudo ser capaz de fraguar en un crisol de intenciones el europeísmo heredado por la cultura cubana con la rítmica sacrosanta de los negros africanos. La Caridad del Cobre y Ochún cantada por sopranos, coro y trovadores, y tocada por una orquesta de cuerdas y un set de tambores. Allí, todo fue posible.
Los protagonistas
Una orquesta de cuerda integrada por músicos de la Orquesta Sinfónica de Santo Domingo y veinte cantores del Coro de la Catedral dominicana, integraron el elenco junto a los que vinieron desde La Habana: José María Vitier, María Felicia Pérez, voz mezzo y directora del Coro Exaudi; la soprano Bárbara Llanes, el trovador Amaury Pérez, la pianista María Victoria del Collado y los percusionistas Adel González y Luis Bárbaro Rodríguez.
La propuesta resultó artísticamente admirable. Guiado por María Felicia Pérez, el coro se enfrentó a un complejo trabajo que iba desde interpretaciones típicas de la liturgia hasta tonadas afrocubanas. Los veinte cantores trabajaron con fuerza para lograr todo el decoro posible tras unos pocos ensayos.
La orquesta de cuerdas contó con respuestas destacadas, como el contrabajo que asumió Antonio Gómez Sotolongo y que lo obligaba a ir del arco al pizzicato entre pasajes barroco y la rítmica de la criolla, la guajira o las tonadas yorubá. Violas, cello y violines completaron la camerata y respondieron a las indicaciones de Vitier con presteza, demostrando el interés asumido en los pocos días de ensayo y mucha profesionalidad, con la excepción del primer violín que se mantuvo impreciso a veces y muchas otras penoso, solo rescatado gracias al trabajo conjunto de la orquesta y la grandeza musical y emotiva de la Misa.
Aplausos y exclamaciones sacaron la voz de la soprano Bárbara Llanes, su interpretación del Ave María dejó estupefacto a todos porque la joven tiene una dimensión universal. El trovador Amaury Pérez, que ha repetido la Misa desde hace años, ajusta su voz y sobre todo su temperamento, en las tres canciones populares con textos de Emilio Ballagas y de Silvia Rodríguez Rivero. María Felicia Pérez, conocida internacionalmente por su trabajo con el coro Exaudi, se llevó el mérito de montar las voces y cantar solos y dúos con belleza ya reconocida.
La complejidad coral con tintes de criolla y contradanza en temas como Sanctus, o la fuerza creciente del Hosanna, con los percusionistas pasando de las congas a los tambores, convirtieron la misa en una experiencia innombrable.
Como colofón, José María agregó su Ave María por Cuba, en el que interpretó la parte de piano bajo las estructuras del latin jazz, y poco a poco fue integrando cuerdas, voces, coros afrocubanos y tambores para darle una grandeza que dentro del público cada quien asumió bajo sus propios fervores.
La consumación
Gracias a una comunión de esfuerzos que incluyó a la Nunciatura Apostólica en República Dominicana, la compañía de presentaciones artísticas Hierbabuena que dirige Roberto Cavada, y otras colaboraciones “empecinadas”, y después de años de intentarlo sin éxito, el elenco llegó para hacer dos presentaciones de la Misa Cubana, una el día 7 de septiembre en el Teatro Nacional y la segunda el sábado 8, día de la Virgen, en la Catedral de Santo Domingo, esta vez como parte de la misa real.
Ambas experiencias fueron únicas. Cientos de cubanos asistentes, exiliados o residentes en República Dominicana, no controlaron las emociones que, más allá de esa música capaz de sacarle el alma a cualquiera, se reencontraron con una identidad dormida.
Escrita para ofrecerla durante la visita del papa Juan Pablo II a La Habana, la Misa Cubana a la Caridad del Cobre ha sido repetida en escenarios de todo el mundo en sus 11 años de existencia.
Durante una conversación con Vitier, el músico nos dijo que “La Virgen de la Caridad del Cobre pertenece a todos los cubanos, es un símbolo de unión para todos los cubanos y nos representa a todos como nación”.
Con los favores milagrosos de la Virgen, Vitier fue capaz de lograrlo en dos horas de música, unir todas las herencias musicales, todas las referencias. Sin embargo, a oscuras y frente a él, el público vivió una integración igual cuando dominicanos y cubanos, y aún más, cubanos de todos los colores políticos, razones migratorias, credos y filosofías, coincidieron en las emociones y los aplausos permitiéndonos experimentar por un par de horas y bajo el influjo conciliador de la música, esa patria “con todos y para el bien de todos” que proclamara José Martí. Un atisbo de la esperanza que le agradecemos a la Virgen de la Caridad.

No hay comentarios: