Me he puesto viejo. No son las marcas en la piel, los
circulitos rojos en los brazos como lunares opacos de la Luna, ni las
variaciones escrotianas que me descubro bajo la ducha. No es cuestión de
apariencias, sino de intolerancias. En eso está el almanaque. Dicen que a los
noventa la calma es una constante, pero a mi edad no, ahora que estreno la
vejez con impulsos de otros tiempos me reconozco con menos calma que nunca
antes.
Insisto en los Levi´s como si el tiempo no hubiera pasado. Y
tengo siempre C-dis en el auto con grupos de los 60 que ya nadie conoce. Pero
todo eso es comprensible.
El problema está en la intolerancia. Ese es al asomo
verdadero de la vejez. Es como si no me sintiera obligado a escuchar y resistir
con cortesía y practicar la diplomacia en busca de ninguna aceptación. Empiezas
porque nada te importe y terminas sin importarte nada por importante que sea.
La sabiduría de los años parte de un error crucial: la
experiencia. Siempre llega tarde, cuando has consumado el error. Por lo tanto
la exhibimos con convencimiento y autosuficiencia, porque al ofrecerla
reconocemos, como primicia, que hemos perdido una y otra vez. Es contradictorio
y hasta amoral, pero asumimos con orgullo el error.
Lo he descubierto esta noche. Me sucede ya hace rato pero
hoy fui consciente cuando, tratando de hacerlo, no pude resistir un articulo
sobre Art Basel en Miami. El cronista era un personaje con resumé de lujo, pero
su prosa estaba baleada por ese tono original y conocedor que se ha convertido
en un ejercicio contemporáneo. No la resistí, no se tan siquiera si tenía
razón, creo que sí la tenía, es posible. Es más, estoy seguro de que tenía la
razón, pero no soporté el tufo de provocar la sorpresa, la admiración. Ese
estilo de ironías, cita sabias y referencias desconocidas que se agregan
siempre con el vanidoso fin de impresionar. De crear una interrogante
disminuida, una inferioridad secreta en el lector. De hacernos asumir una
ignorancia criminal.
Y, sobre todo, nadar un poco contracorriente, significándose
de entre la plebe por la originalidad de contrahechos, por el refinamiento y la
cultura enciclopédica. Lo que siempre oí definir como “rosca izquierda”.
A cada dos renglones un vocablo misterioso no usado desde el
castellano del BAVUM y el nombre de un autor de novelas de recónditos lugares
con geografías mitológicas que sólo han leído sus progenitores y el cronista
que acabo de conocer, quien logró enlazarlo con Art Basel en Miami, muy
ingeniosamente.
Por eso raramente leo libros nuevos, autores de
moda, me desactualizo con rapidez desmedida y consciencia. Me convierto cada
vez en más desconocedor y en redentor de momias literarias. En repetidor de
cronista lineales y transparente que le agradecen a Hemingway la ausencia de
adjetivos, los puntos y seguido y la asepsia de un estilo propio de hospitales.
Realmente adoro la comunicación flagrante y grosera y, de vez en vez, leo un
capitulo cualquiera de Oppiano Licario para molestar a mi intolerancia.
1 comentario:
Me gusta, me gusta, me gusta tambieeeeeén... Muy agradable descarga... lo jodido y radiante es que te comprendo perfectamente... y no hago ninguna intolerancia a tus intolerancias...
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