Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



viernes, marzo 23, 2012

El Papa en Cuba: Dios y el diablo en la tierra del sol

A nadie le sorprendió ver al cardenal de Managua sentado en el altar mayor de la política nicaragüense cuando Daniel Ortega retomó la presidencia. A la iglesia de Nicaragua la estamos viendo siempre confirmando a los dictadores desde Anastasio Somoza hasta hoy.
Lo hizo en Argentina, en Chile. En Latinoamérica ha sido casi tradición desde Cristóbal Colón. No se por qué, pero así ha sido salvo grandes excepciones individuales, no de la iglesia cólica, apostólica y romana como institución.
Fijemos que el Papa no es Dios, que el Vaticano no es el cielo y que los templos no son de la paz divina, sencillez y caridad.
Todavía recuerdo el Noticiero ICAIC mostrando al comandante Ramiro Valdés entrando a la iglesia de San Francisco para atrapar a Angel Betancourt, tras su frustrado intento de desviar un avión hacia La Florida en 1966. Ramiro y su segundón, José Abrahantes, entraron al templo ignorando al Padre Miguel Loredo, y atraparon a Betancourt en un “curioso y dudoso” caso de piratería aérea.
No nos asombremos entonces de que el cardenal de La Habana, Jaime Ortega, comulgue festivamente con Raúl Castro y se haya negado a recibir a Las Damas de Blanco; de que haya llamado a la policía política cubana para que desalojara a los opositores refugiados en una iglesia, y de que haya ignorado a las fuerzas opositoras pacíficas cubanas que reclaman un espacio legítimo ante la visita papal.
No creo que exista una sola razón vertical para alinearse a la defensa de este hombre. Ni religiosa, ni humana, ni patriótica. No desde el escenario terrenal, ni del celestial. No hay que traicionar a la iglesia para condenar la posición irresponsable y alevosa de este siniestro personaje que ostenta el poder eclesiástico en la Isla, capaz de sonreír mientras profesa los más atrevidos cinismos.
Ni tampoco hagamos escándalos por la visita del Papa a Cuba. Su negativa a recibir a los perseguidos políticos, a los agredidos opositores, a los siervos de una iglesia que, como institución, le da las espaldas declarando sin tapujos que no tienen un minuto para escucharlos y apoyarlos, contrasta con su disposición incondicional a entrevistarse con Fidel Castro, el viejo dictador que ha sido excomulgado por Roma.
Ya sucedió cuando la pasada visita de Juan Pablo II en 1998. Una visita que sólo se justificó en una frase burlada por la realidad: “Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”. Pues bien, no sucedió.
Ahora, ante la repulsa internacional por su cómplice viaje a la Isla, el secretario del Estado Vaticano, cardenal Tarcisio Bertone, ha asegurado que la visita de Benedicto XVI "ayudará al proceso hacia la democracia y abrirá nuevos espacios de presencia y de actividad”.
¿Cuáles espacios? Los genuflexos con el poder tiránico de Cuba o los caritativos con la pobre población católica de apenas un 10% de la población. ¿De qué democracia habla Bertone cuando el Papa y su lacayo habanero comienzan por negarle todo derecho a la disidencia?
Seremos testigos del final infeliz de este viaje del Papa, confirmando que la libertad de Cuba no pasa por el reclamo a la iglesia, quizás a Dios, pero no a sus legiones de súbditos desprestigiados. Quizás pase por la solidaridad de esos sacerdotes y misioneros que, en calidad de hombres, se suman al recamo de los derechos y las libertades para las que fuimos creados, pero no a una institución que cada día, durante más de XX siglos, nos ha ido decepcionando más y más.

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