Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



viernes, junio 18, 2010

No me defiendas, compadre

“No me defiendas, compadre”, es el título de un vejo filme mexicano que se convirtió en sentencia del argot popular cubano. Y me viene a la memoria ahora, leyendo las reseñas sobre la visita del canciller del vaticano, Dominique Mamberti, a Cuba.
Silenciada, vilipendiada, reprimida, la iglesia católica cubana ha sobrevivido con ese estoicismo que la caracteriza y ese apego al poder que la hace obviar cualquier insulto con tal de rescatar su espacio entre los poderosos. Pienso que ha de ser un ejercicio místico y espiritual de la dignidad, tan elevado y cristiano que nada tiene que ver con lo humano. Y como yo soy humano, pues a mi si me indigna semejante ultraje a una nación.
El canciller papal lo dijo claramente, "Mi programa preparado por la Iglesia local sólo contempla reuniones oficiales y mi participación en la Semana Social Católica. No hay ninguna ora actividad en el programa”.
Con eso, Mamberti se refería a su negación a recibir a representantes de la oposición interna en Cuba. Pero, además, a no hablar de los derechos humanos porque él sólo está sometido a los derechos de su iglesia. A mencionar a los presos políticos sin visitarlos. A repetir como papagayo de sotana, lo que las instancias del gobierno cubano le decían.
Mamberti repite la actitud de los representantes del gobierno español, que jamás han recibido a un disidente y se contentan con la parte de la verdad o la mentira oficial que les cuentan.
No se cómo Mamberti o Moratinos se atribuyen la defensa de la democracia con prácticas tan parcializadas.
Lo peor de esta nueva experiencia vaticana en Cuba, comenzó con la sonrisa de "tonto útil" que mostró el cardenal Jaime Ortega, obispo de La Habana, tras sus reuniones con Raúl Castro. “Dios y el diablo en la tierra del sol”.
Ahora, Mamberti se aparece a reafirmar esa posición servil de la iglesia, dándole la espalda al cubano y contribuyendo a propiciarle a los Castro, un tiempo más de oxígeno, permanencia y poder.
Cuando estudiaba en la escuela primaria, me contaban la respuesta del indio Hatuey, ya en la hoguera, al Padre Las Casas que le reclamaba arrepentimiento para entrar al reino de los cielos.
- ¿Y los españoles también van al cielo? – Le preguntó Hatuey.
- Si, todos los hijos de Dios van al cielo. – Le dijo el sacerdote.
- Pues si los españoles van al cielo, yo no quiero ir.- Respondió el indio sin arrepentirse mientras se consumía en la hoguera.
Es una historia de dignidad y valor que contaban los manuales escolares. Pero la ironía del tiempo es que, ahora, estemos queriendo imitar a aquel indígena llegado a Cuba desde tierras dominicanas.
La fábula se hace realidad. Si esos curas, obispos y cancilleres papales han de ser mi compañía celestial, es mejor irse en alma a otra parte del universo, porque a estos tipos de sotana, falso disfraz medieval tan caluroso y a destiempo, le decimos como en el filme mexicano, “no me defiendas, compadre”.

jueves, junio 17, 2010

La historia sucia y perenne

El secretario del Vaticano para las Relaciones con los Estados, Dominique Mamberti, descartó una reunión con opositores al régimen de La Habana y negó que dentro de su agenda haya un encuentro con líderes disidentes.
"Mi programa preparado por la Iglesia local sólo contempla reuniones oficiales y mi participación en la Semana Social Católica. No hay ninguna otra actividad en el programa", respondió tajante el enviado papal a una pregunta sobre si se reuniría con disidentes.

miércoles, junio 16, 2010

La carta de los 74. Desunidos y en retroceso

Cada día siento menos atracción por discutir los problemas de Cuba. Creo que lo verdaderamente importante es fijarse una posición personal, con el mayor honor posible, tolerante y democrática, factible a la rectificación, las variaciones y la madurez paulatina, que son ya argumentos suficientes para definirse tangencialmente opositor a la dictadura cubana.
Por eso se me ha hecho difícil comentar la famosa Carta de los 74, que tanta polémica ha despertado entre los cubanos de una y otra orilla.
Primero, dejemos establecido la validez del documento. Todos tenemos derecho a defender públicamente lo que creemos porque es por ahí que comienza la fundación de una nación libre a la que aspiramos.
El otro elemento inicialmente válido es la legitimidad moral de todos los cubanos, su libertad para disentir o aplaudir en igualdad de condiciones porque vivir en geografías domésticas o ajenas, profesar credos distantes o militar en posiciones adversas no nos da ni nos resta cubanía, sino que nos iguala en derechos y responsabilidades con la patria.
Nunca he considerado que el “bloqueo o embargo” de EEUU sea el tema tangencial del problema cubano. La libertad de EEUU de comerciar o no con quien quiera y aplicar sus consideraciones legales, es inherente a sus autoridades. Por tanto, recostar el asunto de Cuba a la decisión mercantil de un país ajeno, es, al menos, un acto de hipocresía y demagogia con alguna de las otra partes.
No comparto las solicitudes a EEUU para que suspenda un embargo porque eso se define como la injerencia que criticamos, y porque lo que me concierne, como cubano, es exigirle al gobierno de mi país los derechos que me niega.
Una carta al Congreso estadounidense como esta, se me antoja un acto de miseria, de dependencia ética y de súplica cobarde. Los reales problemas de Cuba son demasiados evidentes para pretender escudarse en dudosos argumentos tras medio siglo de padecerlos.
El peligro de esta carta es, sobre todo, su desacierto ocasional. La lucha política y la carrera reivindicatoria por un país atropellado, reclaman, como en el ruedo de toros, darle el puntillazo mortal a la bestia tambaleante. Un documento fácilmente manipulable a favor de un régimen acosado por el rechazo universal, emitido, además, por quienes personalizan la avanzada de la disidencia interna en Cuba, es una acción desacertada, cuando no cómplice. Desmoraliza, debilita y ofrece argumentos conciliatorios inoportunos.
Mucho más cuando se esgrimen razones ingenuas, secundarias y probadamente ridículas, como la influencia de la libre visita a Cuba de ciudadanos estadounidenses. En 2010, la carta de los 74 parecería un chiste, sino fuera porque involucra firmas tan respetuosas.
En momentos en que la Unión Europea mantiene la posición común a pesar de Moratinos; en que Latinoamérica define gobiernos que desaprueban la influencia cubana; en que importantes voces internacionales se unen para criticar la dictadura de los Castro, justamente nosotros, los cubanos, le tiramos un ramo de olivo a los tiranos, lo ofrecemos la bondad de una tabla cómplice y salvadora.
He dudado del acercamiento a destiempo de la iglesia católica cubana con el gobierno y, aún más, de la complacencia mostrada por Raúl Castro al cardenal Jaime Ortega. Es un juego de simulaciones del que dudo, gracias al aprendizaje de medio siglo al que hemos sido sometidos.
Justamente me confunde el interés de mi amigo Dagoberto Valdés en la redacción y recolección de firmas para esta carta. ¿Una misión eclesiástica en busca de la reconciliación con el poder, como remake de su historia condenable?
El otro caso que, lejos de sorprenderme, me confirma, es la actuación de Oscar Espinosa Chepe y sus ataques al exilio cubano en Miami, como si los cubanos exiliados tuvieran un derecho restringido, una responsabilidad menor y un dolor sufrido con menos prisa. Posiciones como la Chepe son, precisamente, lo que no aspiro a padecer en una Cuba mejor.
En los últimos meses, el ardid de la inteligencia cubana ha logrado abrir fisuras en la unidad de la oposición política, que había alcanzado un momento crucial con las Damas de Blanco, los blogeros, las manifestaciones públicas del exilio cubano en muchas ciudades del mundo, el reconocimiento de distintos estados e instituciones globales, el cambio de actitud de gobiernos emergentes en el continente.
La Seguridad del Estado cubana ha ido fraccionando con cuidado la unidad y el respaldo logrados y ofreciendo dudas y desconfianza a quienes nos apoyan en el mundo. Lo han hecho con la vileza y el éxito que los caracteriza.
Hoy hay divisiones, ataques mutuos, intereses opuestos. Hoy no nos enfrentamos a la tiranía, nos enfrentamos entre nosotros mismos. Hoy nuestro enemigo no son los Castro y su régimen, somos los que nos oponemos, unos contra otros, como “enemigos íntimos”. Hoy, la lucha es menos fuerte y los espacios ganados se van perdiendo en el desgaste de desunirnos en esta guerra por la libertad de Cuba.

lunes, junio 14, 2010

Sigler, para los incrédulos.

La historia es compleja y un caso individual, por simple sumatoria aritmética, puede convertirse en el suceso determinante. Por eso es trascendente la liberación del preso político cubano Ariel Sigler Amaya.
Más allá de su liberación en el estado físico y de salud en que la dictadura lo ha regresado a casa, se convierte en ese icono tangible del presidio político cubano actual.
¿Es Sigler el único? No. Son miles los presos cubanos de todo tipo que sobreviven en cárceles, hacinados, enfermos, mal alimentados, maltratados cotidianamente, despreciados. Son mazmorras decimonónicas, sin control ni respeto.
Sigler es la imagen probatoria. Lo fueron dejando agravar para liberarlo, en un acto de publicidad macabra, débil y desgastado.
Tras su liberación, leí en Kaos en la red (www.kaosenlared.net) un artículo de J.M.Alvarez titulado “Ariel Sigler y los medios españoles de ‘información’” en el que llama a Sigler “el mercenario cubano””, repitiendo la desgastada metáfora de que estaba al servicio del imperialismo yanqui con su máquina de escribir cuando lo detuvieron en la Primavera Negra de 2003, junto a 75 cubanos más.
Penoso ejercicio del periodismo, del uso de Internet que, como un boomerang, se revierte en su contra no sólo por lo que escribe, sino por lo que inspira.
La imagen de Ariel Sigler Amaya regresando a su casa, habla por sí sola. Es la iconografía de la tiranía cubana, como lo ha sido la muerte de Zapata o el debilitamiento de Fariñas. Son esos símbolos irrebatibles que ya hemos visto en las fotografías que recogieron para siempre en la historia universal, los perores tiempos del horror humano.