Nunca pensé que Manuel Henrique Lagarde terminaría como gacetillero de chismes de trastiendas.
Podría entender sus antagonismos y sus dependencias ideológicas, el oportunismo necesario y la sumisión por un pacto de sangre, pero la práctica desmedida del chisme de alcobas, los argumentos de barricada con un tono poco creíble y las disertaciones sacadas de la manga sin el más mínimo respeto a su propia dignidad, son pruebas irrefutables de que aquel promisorio cronista de ingenio terminó convertido en un denigrante comentarista policial.
El irreverente y barato post en su alevoso blog “Cambio en Cuba”, ilustrado con “sus propias” fotos, en el que especula sobre la visita de la bloguera Yoany Sánchez a la embajada de Polonia en La Habana, son muestras de una personalidad derrotada, temerosa y capaz del último horror posible porque la vergüenza es un atributo que ya ha sido vendido barato.
Cuando la inteligencia, la reflexión y el pensamiento visten la ideología de un opositor, el diálogo, la polémica y la tolerancia son las cartas del triunfo. Cuando ese oponente ha sido contratado como mercenario del asco humano y la bajeza, entonces humillar, humilla.
M.H. Lagarde da lástima.
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