La reciente cumbre del ALBA en La Habana, ha sido la definición de la verdadera conducta impropia de los regímenes de Cuba y Venezuela.
Quienes apostaron por la reaparición en público de Fidel Castro deberían estar convencidos, a estas alturas, de que Castro no va a reaparecer jamás. Quizás lo preparen para retar a Matusalén y cien años después, aún estaremos leyendo sus reflexiones y sus saludos diferidos a los mandatarios chinos gracias a la truculenta imaginación de las computadoras.
Fidel ha muerto. Todo parece indicar que, aunque puedan contener en público su constante drenaje fecal, se ha tornado imposible controlar el insólito drenaje verbal de un anciano incoherente, disparatero, con el “alemán” colgándole de las neuronas.
Entonces, coincidamos todos en que, si Fidel no apareció tras los anuncios de Chávez de invitarlo a participar de la cumbre del ALBA, es que no volverá jamás.
Enterradas las expectativas del regreso del hijo pródigo, vayamos a lo trascendental. El antiimperialismo voraz. La cosa no es de juego porque ya se veía venir el regreso (ahora sí) de los tiempos peores. Pero de todos ellos, con disposición coral.
Detallemos los desastres: primero, una economía en sus peores momentos (1992 a 1994); segundo, un estado de represión como en sus peores momentos (1973 a 1980); tercero, un afán guerrerista como en sus peores momentos (1963 a 1980); cuarto, un antiimperialismo voraz como en sus peores momentos (1968, 1973, 1980).
Lo que falta ahora es el dinero soviético y los aliados cegados del mundo.
Por ejemplo, más allá de Chávez y Venezuela, el régimen de La Habana no tiene una sola nación aliada con peso suficiente en la realidad (político, militar y económica) de Cuba. Podrían llegar, pero no creo que, por ejemplo, Corea esté dispuesta con su decadencia brutal, a meterse en este conflicto caribeño, y mucho menos Irán, que sería el otro candidato de fuerza. El resto de los países bloqueadas alrededor de Chávez en Latinoamérica, apenas pueden sostenerse ellos mismos (Ecuador, Bolivia y Nicaragua), mientras que Brasil, aunque torpe a ratos (Zelaya en la embajada brasileña en Tegucigalpa ha sido una penosa encerrona de la que Lula no logra zafarse) tiene demasiado en juego para abandonar ese vaivén disimulado que lo distingue: tantea pero no juega al duro.
O sea, que vienen tiempos combativos. Muchas movilizaciones ante supuestas agresiones yanquis, muchos lemas en las calles, discursos compulsivos, campañas diplomáticas y acusaciones a partir de los ecos cómplices en la prensa internacional.
Hay dos puntos neurálgicos en esta resurrección del infierno que planea el gobierno de La Habana. Uno es la guerra en el ciberespacio que le hacen los bloggueros y ante la cual no han encontrado (aún) la estrategia para combatirlos, exterminarlos, como no sean los actos de repudio y la cárcel por, por ejemplo, comprarse una cola de langosta; otra es la incredulidad patológicas de la sociedad cubana, que a estas alturas, no cree, lo que se dice, “ni en su madre”.
Pero para quienes, ante las posiciones ambidiestras del presidente Barack Obama, creímos que esa armonía presumida y ese diálogo anunciado iba a encontrar su fin, porque representaba para el gobierno cubano el riego de perder el mejor sostén a su tiranía, y para quienes dudamos de la voluntad del voto tibio y optimista al pragmatismo de Raúl Castro, este cumbre del ALBA es la confirmación pública de lo que, evidentemente iba a suceder. Porque 20 años no serán nada para Gardel, pero 50 son suficientes para conocer a la revolución cubana.
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