
Correa padece de ese mal y, con su voz aflautada, suele asegurar los argumentos más inverosímiles, siempre acodado en dos o tres epítetos furiosos.
Ahora ha salido el financiamiento de las FARC a su campaña presidencial; unos 300 mil dólares declarados por el propio Mono Jojoy, en reunión privada y filmada imprudentemente.
Los videos probatorios ya están en manos de la OEA (lo que no es mucho que digamos) y de gobiernos e instituciones internacionales, incluyendo la INTERPOL.
Pero para Correa eso no es nada. El se estrena una camisita blanca con cuello bordado, pasa por el camerino de los maquilladores y con su vocecita de castrati dice horrores de Uribe mientras se le va cayendo a pedazos, el país.
Así sucedió ya, cuando el ataque al campamento FARC en tierras ecuatorianas, donde murió el comandante narcoguerrillero Raúl Reyes. Correa quiso “virar la tortilla” acusando a los acusadores y desestimando su responsabilidad elemental en la protección a las FARC, que tenía un resort de paz, amor y descanso, en tierras de Ecuador.
La opereta de Rafael Correa es cada vez más inusual. Pero tiene aliados del género, cantantes del coro y otros menesteres que se hacen de la vista gorda y prefieren mantenerse ajenos.
Es curioso ver cómo José Manuel Insulza, Lula DaSilva, Michel Bachelet y buena parte de los gobiernos europeos, no mencionan al castrati ecuatoriano ni para bien ni para mal, lo que le hace un flaco favor a Correa, necesitado de la aclamación internacional y de las fotos de prensa. Es una suerte de desestimación categórica.
Y eso es parte de la impunidad asumida por la política moderna. Mientras que acusan al régimen golpista de Honduras, se mantuvieron en silencio frente a los desmanes de Mel Zelaya en el último año de su (mal) gobierno. Mientras acosan a los golpistas por su acción, desestiman las acusaciones del gobernador de Caracas contra los abusos del gobierno de Hugo Chávez. Mientras que reciben a la glamorosa y maquillada abuelita de Argentina, no han dicho ni una palabra sobre el descrédito de su gobierno, la ineficiencia económica y los fondos venezolanos recibidos para su campaña presidencial. Mientras se retratan con Daniel Ortega, sortean la compañía del violador de Managua. Mientras aplauden a Raúl Castro cuando enarbola la bandera de la democracia y ataca el régimen de facto de Tegucigalpa, evaden los comentarios sobre el medio siglo de gobierno de facto y antidemocrático de la Habana.
Es un baile de máscaras internacional; la cotidianidad de los disfraces. Y en ese mejunje irresponsable y disimulador, suelen aparecer personajes de la farsa, la comedia y la opereta, como Rafael Correa.