Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



jueves, octubre 08, 2009

Tarde, porque la dicha no es buena.

Mahmud Ahmadineyad viaja el mundo con su traje sin corbata. Sonríe, no se afeita su barba insipiente. Lo abrazan presidente y dicta discursos en la ONU frente a una respetuosa audición.
En las calles protestas los tradicionales enemigos del FMI, el Banco Mundial, el G-8, el G-20 y lo que sea. Nadie levanta una pancarta contra Mahmud Ahmadineyad.
Hoy, aparece la noticia de que un tribunal iraní dictó sentencia de muerte para uno de los manifestantes que participó en las protestas del pasado mes de junio contra el régimen Ahmadineyad. A nadie le ha importado mucho, de Irán pasaron a Honduras en manada colectiva, a demostrar su defensa de la democracia usando los artilugios más alevosos, irreflexivos e hipócritas que se han escuchado. Todo es un asunto de compostura.
En Irán hay que computar más de 4.000 arrestados, la permanencia de 200 en prisión o sometidos a juicio; el incremento de las presiones y represalias contra los opositores, y los dictámenes de fianzas millonarias. Es el honor que reverencia Chávez y muchos de sus colegas, al chacal iraní.
Son conocidos los vuelos diarios desde Irán hasta una base militar venezolana, la extracción de uranio en Venezuela, el riesgo nuclear que se avizora. Caracas impulsa el armamentismo en la región y Brasil abandona su inteligencia diplomática haciéndole el peligroso juego a Zelaya en Tegucigalpa.
El panorama es sombrío. Pero me asusta la tranquilidad del mundo, la complicidad disfrazada de diplomacia, la ineficiencia estadounidense que ve cómo se enmaraña el paisaje desde Afganistán hasta Suramérica, con una dudosa cordura de tribuna.
Estamos jugando a los escondidos, como en la infancia, pero con implicaciones de la muerte. Cuando vayamos a reaccionar, puede que sea demasiado tarde.

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