Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



lunes, octubre 19, 2009

10 de Octubre, Aniversario 141 del Grito de Yara

El pasado jueves 15 de Octubre, tuve el honor de hacer el discurso de presentación en la celebracion del Aniversario del 10 de Otubre y el inicio de la Guerra de los 10 años, origen de las luchas emancipadoras cubanas, en una cena que ofreció la Asociacion de Cubanos en República Dominicana en el Club Naco, en la ciudad de Santo Domingo. A continuación, el texto de mi comparecencia.

A finales de la década de los 80, tuve el privilegio de recorrer la zona de Manzanillo donde se escenificó el inicio de nuestras gestas emancipadoras. Vi la campana de La Demajagua, la rueda de carreta incrustada en el tronco de la vieja seiba, anduve la calle central de Yara donde alguna vez cruzó la tropa al mando de Carlos Manuel de Céspedes.
La historia es conocida por todos nosotros. Lo aprendimos en las aulas de la escuela cuando aquellos libertadores eran poco más que personajes aguerridos de aventuras infantiles. Sin embargo, no jugamos nunca a ellos. Fuimos El Llanero Solitario o Roy Roger, pero nunca Céspedes o Agramonte. Y es que hubo siempre una reverencial conducta heredada que nos hizo verlos inimitables.
El juego con los Padres de la Patria comenzó mucho después. Cuando casi desaparecieron de los actos oficiales, la bandera de Céspedes y las referencias al Manifiesto del 10 de Octubre.
Nunca más se citaron las palabras de Céspedes que decían: “Nosotros creemos que todos los hombres somos iguales, amamos la tolerancia, el orden y la justicia en todas las materias; respetamos las vidas y propiedades de todos los ciudadanos pacíficos, aunque sean los mismos españoles, residentes en este territorio; admiramos el sufragio universal que asegura la soberanía del pueblo; deseamos la emancipación gradual y bajo indemnización de la esclavitud, el libre cambio con las naciones amigas que usen de reciprocidad, la representación nacional para decretar las leyes e impuestos, y, en general, demandamos la religiosa observancia de los derechos imprescindibles del hombre…”
Eran palabras demasiado coincidentes con una realidad nacional que nos confirió como extraños anclando en cualquier lugar del mundo, en donde pudiéramos encontrar un espacio para realizarnos en la vida. Ajenos y desarraigados para siempre.
Cuando Carlos Manuel de Céspedes puso en aquel Manifiesto para una esperanza de Patria, que “…los cubanos no pueden hablar, no pueden escribir, no pueden siquiera pensar y recibir con agasajo a los huéspedes que sus hermanos de otros puntos les envían”. Sabíamos que aquel estigma se tendía de nuevo sobre todos los cubanos, 100 años después.
Por eso me complace que la Asociación que nos representa en República Dominicana, donde hemos encontrado hogar y sensibilidad suficientes para existir y crecer como seres humanos, me haya invitado a leerles estas palabras de aperitivo en una conmemoración más del inicio de nuestras perdurables luchas por la libertad real.
No voy a interrumpir con palabras el ambiente que mutuamente nos contagia en una celebración como la de esta noche. Muchos de nosotros llevamos hoy y siempre, el sabor agri-dulce de la Patria y no seré yo quien rompa ese balance con un discurso alejándonos de la cena que nos aguarda.
Permítanme sólo terminar este saludo que a la fecha gloriosa del 10 de Octubre hago, en nombre de todos, con una evocación al Apóstol, cita obligada cuando de Cuba se trata.
En el Hard-man Hall de Nueva York, el 10 de octubre de 1891, José Martí fue el orador principal de la noche en el aniversario 23 del Grito de Yara. Martí dijo entonces, y con ello concluyo, “Aquellos padres de casa, servidos desde la cuna por esclavos, que decidieron servir a los esclavos con su sangre y se trocaron en padres de nuestro pueblo. Aquellos propietarios regalones que en la casa tenían su recién nacido y su mujer, y en una hora de transfiguración sublime, se entraron selva adentro, con la estrella a la frente. Aquellos letrados entumidos que, al resplandor del primer rayo, saltaron de la toga tentadora al caballo de pelear. Aquellos jóvenes angélicos que del altar de sus bodas o del festín de la fortuna, salieron arrebatados de júbilo celeste, a sangrar y morir, sin agua y sin almohada, por nuestro decoro de hombres. Aquellos son carne nuestra, y entrañas y orgullo nuestros, y raíces de nuestra libertad y padres de nuestro corazón, y soles de nuestro cielo y del cielo de la justicia. Y sombras que nadie ha de tocar sino con reverencia y con ternura”.
Muchas gracias.

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