Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



viernes, octubre 29, 2010

Argentina, ¿la desaparecida?

Mi amigo Camilo Venegas me hizo recordar, hace un par de días, de Fito Páez y su canción La Casa desaparecida, que hacía tiempo que no escuchaba. Esta mañana, mientras caminaba por el Parque Mirador Sur, la repetí varias veces en la intimidad de mi ipod. Sigue siendo descomunal. Pero lo que creo ahora es que Argentina no desaparece, la vanidad nacional que la caracteriza no se lo permitiría. Decadente sí, un poco, desde esas réplicas actuales de Fito y Charly García, con poca imaginación y cancioncitas entre la mediocridad y la cocaína, hasta los maquillajes de la presidenta.
Frente a ello, se multiplican en otras latitudes. El sur de la Florida hay más asaderos y ejecutivos argentinos que en Buenos Aires. Conquistan con su convicción trasnochada, su español de abasto y su agilidad mental, otras ciudades llenas de latinos y europeos que aún los toman como los inventores universales del snob.
Ahora, con la muerte de Néstor Kirchner, me pregunté por qué los medios televisivos, con CNN en Español a la vanguardia, han cubierto los funerales como si se tratara de un prócer continental. Un colega me respondió en facebook, “es que las cadenas internacionales en español están inundadas de argentinos”. Y es verdad. Desesperanzados de su casa desaparecida, se han volcado a dominar el mundo, lo que son muy capaces de lograr.
He meditado sobre esa verdad. Pero, ¿y es que todo el exilio argentino es peronista? Un amigo, el asesor político colombiano Mauricio De Vengoechea, me contaba la anécdota de la ocasión en que Perón llegó a su país y un corresponsal le preguntó su opinión sobre las fuerzas políticas argentinas, “Bueno, han perdido estabilidad y los partidos de oposición no tienen ya la posibilidad de constituirse en fuerzas. Las izquierdas están pasando un buen momento pero tienen el apoyo de los sindicatos que como vos sabés, están un buen empuje...” El corresponsal lo interrumpió y le reclamó, “Pero, presidente, no me ha hablado del peronismo”, a lo que Perón le respondió con gesto de convicción elemental: “Peronista somos todos”.
Quizás por ahí ande la cosa. Escasos de relevancias continental, se han inventado un Néstor Kirchner que, cuestionado por corrupción, ataques a los medios e intolerancia, poder real a la sombra de Cristina, es importante para la región cuando no ha sido así. Benefactor o corrupto, no es lo que estoy analizando, Kirchner lo fue sólo para Argentina. No practicó ni la diplomacia, no intervino en ningún conflicto regional y casi no salió de su país.
Entonces, ¿a qué viene esta supercobertura de CNN si fuera de Argentina los funerales de Néstor Kirchner no le interesan a nadie?
Bueno, quizás la orfandad política en que ha quedado Cristina Fernández, rodeada por los halcones latinoamericanos, que ya genera interrogantes sobre el futuro político de su partido y su país, sea la razón de que los medios internacionales en español le estén dando ese espaldarazo propicio en tan emotiva ocasión.

viernes, octubre 01, 2010

El show ecuatoriano; Correa es el vencedor.

El voto es una herramienta más de la democracia. No es ni acaso, significativa. Las dictaduras, desde Rafael Leonidas Trujillo hasta Fidel Castro, convocan a elecciones y hacen a sus ciudadanos votar. Lo importante de la democracia es el balance de los poderes. La independencia de esos poderes de forma tal que sólo uno de ellos pueda impedir las aspiraciones antidemocráticas de los demás. Es lo que en inglés se conoce como “cheking and balance”.
Rafael Correa había decidido que con la mayoría simple (50% más 1) pudieran aprobarse sus decretos en el parlamento ecuatoriano, mientras que se necesitaban las dos terceras partes de ese mismo parlamento, para revocarlos. Eso no es democracia.
Hace apenas unas horas, el director de FLACSO en Ecuador, una institución académica de izquierda, declaró que la rebelión policial en Ecuador, “no se puede definir como una intentona golpista”. FLACSO coincide con los más serios analistas internacionales independientes. Lo que sucedió en Ecuador no fue un intento de golpe de Estado.
Los penosos sucesos, condenados por la comunidad internacional con toda razón, fueron una respuesta a la provocación de Rafael Correa, quien ha tensado la cuerda de la paciencia nacional.
Correa quiere “radicalizar el proceso del socialismo del siglo XXI”. Eso significa tres cosas: perpetuarse en el poder, estatizar la economía, cancelar todas las libertades”. Para ello, necesita dinero, el que pretendía sacar de las alforjas ajenas, y a lo que el Congreso, de mayoría oficialista, se opuso. Entonces Correa, en sus ataques de narcisismo e insolencia, pretendió desintegrar el Congreso, gobernar por decreto y dictar todas las leyes a su favor.

Correa con máscara antigases
Uno de sus mecanismos ha sido obligar a todos los medios del país, a unirse en cadena para repetir sus discursos y opiniones. Nadie puede comentarlos, oponérsele, disentir. Otro fue privar a las fuerzas policiales de los beneficios económicos de que disfrutan legalmente desde hace décadas, inconsultamente, unilateralmente.
A inicio de los sucesos, el egocentrismo feroz de Correa lo hizo escenificar un teatral peformance público, sacándose corbata, camisa y pecho para gritar con su aflautada vocesita de castrati, en una pose heroica que no le ha creído nadie, pero de tan populosa y cursi, los pueblos latinoamericanos suelen aplaudir.
A partir de entonces se armó la debacle. Ni la oposición ecuatoriana, ni los EEUU (que han sido acusados por Chávez y Morales en su neurosis antiestadounidense), ni Lucio Gutiérrez (derrotado en 2005 por un golpe en el que participó el propio Correa) tuvieron nada qué ver.
La revuelta policial ecuatoriana, aplacada afortunadamente a tiempo, fue resultado de la violación constitucional y democrática pretendida e impulsada por Correa y su provocación insaciable en busca de un conato, cualquier conato, que le abriera las puertas para imponer su fuerza y cumplir con sus aspiraciones totalitarias.
No pensó Correa que la soga se reventara por dónde se reventó. “Se me fue la mano”, se habrá dicho. Correa provocó a la sociedad y las instituciones ecuatorianas en busca del marco violento que le diera la oportunidad buscada.
Por tanto, no está Rafael Correa detrás de los sucesos. No los organizó a la sombra pero los provocó. Han sido una respuesta a su estilo de conducir al país y a la insolencia, la autosuficiencia y el narcisismo que lo definen. Ahora todo le será más fácil, porque del país con la más baja inversión del PIB en educación en toda América Latina, sólo se pueden esperar torpezas similares.