Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



viernes, octubre 01, 2010

El show ecuatoriano; Correa es el vencedor.

El voto es una herramienta más de la democracia. No es ni acaso, significativa. Las dictaduras, desde Rafael Leonidas Trujillo hasta Fidel Castro, convocan a elecciones y hacen a sus ciudadanos votar. Lo importante de la democracia es el balance de los poderes. La independencia de esos poderes de forma tal que sólo uno de ellos pueda impedir las aspiraciones antidemocráticas de los demás. Es lo que en inglés se conoce como “cheking and balance”.
Rafael Correa había decidido que con la mayoría simple (50% más 1) pudieran aprobarse sus decretos en el parlamento ecuatoriano, mientras que se necesitaban las dos terceras partes de ese mismo parlamento, para revocarlos. Eso no es democracia.
Hace apenas unas horas, el director de FLACSO en Ecuador, una institución académica de izquierda, declaró que la rebelión policial en Ecuador, “no se puede definir como una intentona golpista”. FLACSO coincide con los más serios analistas internacionales independientes. Lo que sucedió en Ecuador no fue un intento de golpe de Estado.
Los penosos sucesos, condenados por la comunidad internacional con toda razón, fueron una respuesta a la provocación de Rafael Correa, quien ha tensado la cuerda de la paciencia nacional.
Correa quiere “radicalizar el proceso del socialismo del siglo XXI”. Eso significa tres cosas: perpetuarse en el poder, estatizar la economía, cancelar todas las libertades”. Para ello, necesita dinero, el que pretendía sacar de las alforjas ajenas, y a lo que el Congreso, de mayoría oficialista, se opuso. Entonces Correa, en sus ataques de narcisismo e insolencia, pretendió desintegrar el Congreso, gobernar por decreto y dictar todas las leyes a su favor.

Correa con máscara antigases
Uno de sus mecanismos ha sido obligar a todos los medios del país, a unirse en cadena para repetir sus discursos y opiniones. Nadie puede comentarlos, oponérsele, disentir. Otro fue privar a las fuerzas policiales de los beneficios económicos de que disfrutan legalmente desde hace décadas, inconsultamente, unilateralmente.
A inicio de los sucesos, el egocentrismo feroz de Correa lo hizo escenificar un teatral peformance público, sacándose corbata, camisa y pecho para gritar con su aflautada vocesita de castrati, en una pose heroica que no le ha creído nadie, pero de tan populosa y cursi, los pueblos latinoamericanos suelen aplaudir.
A partir de entonces se armó la debacle. Ni la oposición ecuatoriana, ni los EEUU (que han sido acusados por Chávez y Morales en su neurosis antiestadounidense), ni Lucio Gutiérrez (derrotado en 2005 por un golpe en el que participó el propio Correa) tuvieron nada qué ver.
La revuelta policial ecuatoriana, aplacada afortunadamente a tiempo, fue resultado de la violación constitucional y democrática pretendida e impulsada por Correa y su provocación insaciable en busca de un conato, cualquier conato, que le abriera las puertas para imponer su fuerza y cumplir con sus aspiraciones totalitarias.
No pensó Correa que la soga se reventara por dónde se reventó. “Se me fue la mano”, se habrá dicho. Correa provocó a la sociedad y las instituciones ecuatorianas en busca del marco violento que le diera la oportunidad buscada.
Por tanto, no está Rafael Correa detrás de los sucesos. No los organizó a la sombra pero los provocó. Han sido una respuesta a su estilo de conducir al país y a la insolencia, la autosuficiencia y el narcisismo que lo definen. Ahora todo le será más fácil, porque del país con la más baja inversión del PIB en educación en toda América Latina, sólo se pueden esperar torpezas similares.