Barak Obama es un hombre del siglo XXI. Hubo que restringirle el uso del Blackberry por problemas de seguridad y chatea habitualmente con los estadounidenses. Cuando Hugo Chávez le entregó el libro Las venas abiertas de América Latina, durante la Cumbre de Las América en Trinidad Tobago, Obama lo sostuvo en sus manos sin la menor idea de que Chávez le estaba otorgando el privilegio de poseer una momia.
Cuando Las venas… salió a finales de los años 70, ya estaba desfasado. El Departamento América, en Cuba, había abandonado sus guerrillas acostumbradas y la comunidad cubana en el exterior, los famosos “gusanos”, comenzaban a entrar de visita a la Isla convertidos en mariposas.
El libró quedó conmoviendo dos personalidades posibles. Una fue la remembranza nostálgica de los frustrados izquierdistas de fusil; la otra, los lectores de fábulas, que encontraron aquí una más de las que el uruguayo Eduardo Galeano acostumbra a publicar, llenas de metaforeadas fantasías que tan bien cultiva a sus 69 años de edad, aún digno representantes del snob latinoamericano de los ‘60.
El anacronismo le sale por todas partes. Sólo Hugo Chávez es capaz de aventurarse a semejantes papelazos poniendo sobre la mesa del 2009 un engendro que a estas alturas, le eriza la espalda a cualquiera.
Es una muestra de la ignorancia del venezolano. Un buen asesor, al que Chávez hubiera escuchado, le habría propuesto un libro mejor, no porque a Obama le interesara, sino porque hablaría menos mal de él.
No vale la pena diseccionar una libro hemofílico como ese, kitsch desde el título. Los dramáticos postulados económicos y las reflexiones infundamentadas, solo a base de odios, resentimientos y complejos (un poco en la onda del psicoanálisis y el marxismo, a lo Marcuse) han convertido Las venas abiertas de América Latina, en una hemorragia real.
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