Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)
lunes, abril 13, 2009
China, ¿quién sabe cómo es el yuan?
Argentina acaba de acordar con China hacer sus compras respectivas en la moneda local. O sea, pesos argentinos y yuanes chinos, dos nominaciones que nadie en el mundo es capaz de reconocer en una fotografía.
Para algunos, el acuerdo es parte de esa fantasía de revertir el orden financiero mundial, proclamado por chinos y por Hugo Chávez (que sueña con el poder de la decreciente supremacía petrolera y propone un petrodólar) de crear una nominación monetaria global ajena al dólar estadounidense. Para otros, es la real situación decadente argentina con una economía que se desbarata y amenaza con otro “corralito” y que no tiene a nadie en el mundo que le preste un solo centavo.
Los chinos tienen su espejismo. Ningún orden financiero puede convertirse en mundial si se sostiene con patas de fango. Veamos, primero está el asunto de la transparencia, que el 50% está dotada de mentiras y el otro 50% de dudas, lo que crea suspicacias y cuidados en el inversionista. Segundo, la clase media creciente china (cerca del 25% de su gigantesca población) sólo está callada por un crecimiento sostenido que resuena en sus propios bolsillos, lo que no es garantía de que persista la “paz social” si ese crecimiento amenaza con disminuir, lo que ya es previsible con un sostenido decrecimiento desde 2007 (11,4%) 2008 (9,4%) y un pronóstico para el 2009 de 8.4%. Y eso implica inestabilidad, o sea, riesgo de inversiones.
Y en tercer lugar, el intercambio mundial no puede ser avalado por una industria fantasiosa. China no es más que “una gigantesca fábrica norteamericana situada en la otra orilla del Pacífico”, como lo definió Carlos A. Montaner. Los éxitos financieros del gigante asiático han sido posibles solamente sobre los hombros de la inversión y el mercado norteamericanos, sobre todo porque la economía china está definida por una política capitalista primaria de exportación total, sobre todo al mercado estadounidense Eso es dependencia económica en su más absoluta concepción.
Nada es ni ha sido posible en China sin EEUU, que es su agente dinamizador principal y definitivo, mucho más allá de los bonos del tesoro que China ha comprado.
Para erigirse emisor de una moneda global, primero debe alcanzar un dinamismo económico doméstico que no se base única y exclusivamente, en la inversión foránea y en la exportación feroz. Su estabilidad no puede depender de los vaivenes ajenos.
China necesitaría alcanzar la dimensión de potencia militar, tecnológica, social y educativa, que no lo es. Y, sobre todo, crear un sistema social democrático y libre donde el desarrollo de las masas productivas no esté regido por el militarismo totalitario gubernamental. La vitrina de sus ciudades industriales, turísticas y manufactureras no es un agente multiplicador nacional que implique crecimiento de los índices de desarrollo humano.
China, más allá de sus exportaciones a EEUU, necesitaría alcanzar un producto interno bruto capaz de absorber las otras economías, como sucede con EEUU que acapara el 25% del PIB mundial con sólo el 6% de la población en el planeta. ¿Cuál ha de ser la relación real si China posee 1,320 habitantes y, según estadísticas del 2007, su PIB per capita fue de US$1,700 mientras que el de EEUU alcanzó, en ese mismo año, los US$44,000?
China clama por la recuperación económica de sus mercados, principalmente EEUU, y eso, a su vez, es un boomerang para sus intereses de privilegiarse como potencia mundial. La desaceleración de las compras europeas y estadounidenses a China han afectado notablemente su crecimiento. ¿Cómo entonces puede China avanzar en sus aspiraciones? Un retruécano insolucionable para el sueño asiático.
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