Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



viernes, septiembre 11, 2009

Septiembre 20, Plaza de la Revolución.

Faltan apenas pocos días y Juanes y correligionarios estarán cantando en la Plaza de la Revolución. Un concierto por la paz que bien merece conciertos y guerras.
El dócil cancionero colombiano no había sido mi ídolo hasta ahora, sin embargo, se ha convertido en el amigo de mis enemigos, y esa sentencia tiene sus conclusiones establecidas.
No he vivido en medio siglo de historia, tal conducta complaciente con las dictaduras. A Pinochet, militares argentinos y compañía, los combatieron con furias y odios desde todas las izquierdas y algunas derechas del mundo. Yo fui partícipe y testigo. Y de Brechniev y de Mao y de Cauccescu.
Cuando Julio Iglesias y Roberto Carlos cantaron en el Chile de Pinochet, le hicieron la guerra y dejamos por años de escuchar su música en Cuba.
Cuando Pablo Neruda fue al Pen Club, sus poemas se volvieron subversivos en mi país.
Bastó que Frank Sinatra almorzara con Nixon para que no oyéramos nunca más La Voz en la radio cubana, o que José Feliciano cantara en la Casa Blanca, o que Celia Cruz abandonara el país para que la dieran por muerta de todas las citas, fonotecas y memorias de la música cubana.
Fue suficiente el derechismo iluminado de Borges para que sus libros nunca se publicaran en la isla.
No entiendo el asombro de ahora y, con poca vocación para ejercer de Cristo, dudo que tenga la voluntad de poner otra vez la otra mejilla.
Juanes no me importa, casi ni existe. Ni Bosé, ni el apagado puertorriqueño de viejas melodías dulzonas. Pero me duele el olvido y la traición, no de ellos, sino de quienes hemos soportado 50 años de vejámenes.
Lo de menos es el concierto. Que canten, bailen y aplaudan. Dos semanas después nadie se acordará de eso. Ni es grave, ni simbólico, ni apenas artísticamente de valor. Será un show para rabiar en los dos bandos de la razón. Y olvidarse por dos o tres horas del hambre.
Pero frustra la carta de los presos políticos cubanos apoyando el concierto, que Oscar Espinosa Chepe ha promovido y su esposa, Miriam Leiva, devenida periodista y otrora Dama de Blanco, distribuyó a la prensa española y de ahí al mundo.
Blanca González, quien desde Miami sufre el presidio de conciencia de su hijo Normando Hernández, por 25 años en las cárceles de Camagüey, ha proclamado que su hijo se negó a firmar la carta de Chepe: "No habrá acercamiento ni reconciliación posibles para el pueblo cubano mientras ese gobierno esté en el poder. Mi hijo no aprueba esa carta, porque el pueblo cubano está de luto y no hay nada que celebrar".
Hoy están aún juzgando a criminales de las dictaduras argentina y chilena; hoy persiguen aún a nonagenarios verdugos del holocausto. Hoy se procesan ejecutantes del terror durante más de 60 años de imperio comunista.
Yo prefiero refugiarme en la dignidad del dolor que en la claudicación de los olvidadizos.

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