Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



miércoles, marzo 04, 2009

La última reflexión: Estoy entero como el picadillo

Pongamos en claro las cosas. No está bien que medio siglo después, sigamos con la ingenuidad de creer sólo en lo que vemos. San Pedros a la criolla tras 50 años de resurrecciones.
La reflexión de Fidel Castro sobre su participación decisiva en las destituciones en el gobierno cubano, es una “pataleta infantil”. La tontería de explicar que él lo sabía, que era consciente y, aún más, que fue consultado y protagonista de las decisiones, lo demuestra.
El anciano desmemoriado dice ahora que “La mayoría de los que fueron reemplazados nunca los propuse yo. Casi sin excepción llegaron a sus cargos propuestos por otros compañeros de la dirección del Partido o del Estado. No me dediqué nunca a ese oficio”, y basta recordar aquel nombramiento de Pérez Roque publicado en la prensa cubana, que decía textualmente, “el Comandante en Jefe y Presidente del Consejo de Estado, compañero Fidel Castro, quien presta una especial atención a la política internacional, ha propuesto a la Dirección del Partido y al Consejo de Estado la designación del compañero Felipe Pérez Roque, Diputado a la Asamblea Nacional y miembro del Consejo de Estado, para ocupar el cargo de Ministro de Relacdiones Exteriores…”
La percepción general, y creo que inequívoca, es que Raúl Castro tomó el poder eliminando a los “bastones ejecutivos del anciano enfermo”. Ya lo había dicho. El cinismo acostumbrado de Fidel (¿recuerdan cuando dijo que Cuba tenía las prostitutas más sanas e ilustradas del mundo?, ¿o cuando aseguró que el humo contaminado de las guaguas soviéticas envenenaba a los cubanos?) llega ahora a asegurar en una frase lapidaria, que “La miel del poder por el cual no conocieron sacrificio alguno, despertó en ellos ambiciones que los condujeron a un papel indigno”, refiriéndose a Carlos Lage y a Felipe Pérez Roque.
Es una traición cruel hacia quienes personalizaron su ausencia y se ocuparon de ponerlo de cuerpo presente en el vacío que dejó en la dirección del país.
Yo creo que ahora sí que Fidel Castro no cuenta para nada. Pero esa percepción había que curarla pronto, evitando las elucubraciones sobre la división de grupitos de poder dentro del gobierno de Cuba, “la gente de Raúl y la gente de Fidel”, cosa que, por demás, tiene una vieja historia.
Raúl comenzó a tomar espacios desde el juicio contra el general Ochoa y los hermanos La Guardia. Ahí se “desmerengó” el MININT y Raúl hizo prevalecer el poder de quienes estaban, hasta entonces, en un plano menor, los guardias de las FAR, segundones frente a la relevancia, el confort y la altanería de los “segurosos” del MININT.
Ahora, después de asumir el cargo de jefe del Estado cubano, Raúl acaba de dar el puntillazo final, desarticulando al grupo que le quedaba a su hermano y haciéndose de las decisiones y de las perspectivas que, como se ve, son peores, representan un paso atrás, el regreso de los placatanes.
Fidel ha publicado esta reflexión (¿escrita por él?, ¿escrita por otros?, ¿ordenada por él?, ¿ordenada por otros para evitar los susurros inevitables sobre la división de fuerzas?) para mantenerse en el juego, para marcar su posición al bate, para tratar de pitchar un ining más. Y a propósito, acabó la reflexión pasando “de palo pa’rumba” y de las destituciones se viró para el béisbol, Leonel Fernández mediante, ¡lo último que nos faltaba!

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