América Latina no ha logrado superara la mayoría de sus índices de crecimiento humano. Recientemente, cinco países latinoamericanos fueron colocados entre los 10 primeros lugares de las naciones más corruptas del planeta. Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Argentina. En el lugar 11 está Cuba, donde su población hace medio siglo que sobrevive gracias al absoluto nivel de corrupción en todos los niveles, sólo que las estadísticas cubanas se han convertido en las menos creíbles del hemisferio.
La Cumbre de las Américas, inaugurada en Cartagena de India, en Colombia, no ha hecho mención a estos datos. Tampoco ha sugerido la celebración de un plebiscito entre los habitantes de Las Malvinas para conocer su decisión como pueblo legítimo de esas islas, a propósito de tantos discurso sobre el respeto a la autonomía de los pueblos que se están escuchando en esta cita regional.
Evo Morales, el presidente boliviano, respaldó la pertenencia de Las Malvinas a Argentina, pero ¿sobre qué bases?, ¿acaso sobre el respaldo al interés oficial del gobierno argentino? Evo obvió la decisión de los “malvinos”, sus intereses, sus deseos, sus decisiones.
Otra cosa es la participación de Cuba en un cónclave regional organizado por la OEA, de la que Cuba fue expulsada por los mismos motivos que definen hoy al gobierno imperante en la isla. Las razones son tan evidentes que esos coros latinoamericano a favor de la participación de Cuba solo se explican con el resultado de la encuesta global de la que hicimos mención en el primer párrafo.
Esta mañana leí una encuesta en la que pedía que decidieran si Colombia era o no hoy en día, líder en la región. Creo que lo fue cuando el gobierno de Alvaro Uribe, a pesar de la irregularidades, pero el actual mandatario, Juan Manuel Santos, ha dejado caer esa bandera aliándose con tibieza cuestionable y penosa sumisión, a las peores causas regionales.
Su viaje pasado a Cuba lo vi justificado, como anfitrión de esta Cumbre, Santos debía atajar la crisis que se avecinaba con la participación o no de La Habana. Pero es inexplicable su entrevista a la tv colombiana, en la que dice “basta de hipocresías” refiriéndose a la negación de EEUU de invitar a Cuba.
Veamos. Hipocresía se define como “el fingimiento de sentimientos, ideas y cualidades, generalmente positivos, contrarios a los que se experimentan”. Entonces la negativa de EEUU no es hipócrita en lo absoluto. Sino que responde con lealtad al comportamiento político sostenido de esa nación.
Por el contrario, Santos, quien fue un admirado ministro de Defensa del gobierno de Alvaro Uribe y compartió con este su visión regional, sí puede ser definido como un hipócrita, porque la dirección de su gobierno dista de su comportamiento manifiesto en su pasada gestión ministerial y, conocedor de la realidad cubana, es hipócrita al disimular con alevosía la tiranía de La Habana, queriendo que se integre a la comunión de las naciones “democráticas” de Latinoamérica.
Lo franco y solidario de Santos, para definirse como presidente de un país con aspiraciones de liderato regional, sería abogar por la democracia en Cuba, por el derecho de ese pueblo a vivir en libertad, en respeto a los derechos y a la integridad, en vez de ser apaleado por expresar sus opiniones, encarcelado por ser consecuentes con sus deseos y aspiraciones legítimas.
Las mismas que Santos se ve obligado a garantizarle a su pueblo, acosado por una narco guerrilla protegida militar y económicamente, por la dictadura cubana.