Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



domingo, enero 29, 2012

Saladrigas se sube de nuevo al tren de los cambios

No es primera vez que lo leo y me hace pensar en lo mismo, que Carlos Saladrigas hierra al segmentar la realidad y tomar solo la porción que le interesa, dejando fuera tantas cosas fundamentales que no se solucionan con permisos para poner negocios, y que diseñan un camino hacia la libertad con demasiado obstáculos como para llegar a serlo.
Partir del púlpito católico cubano no me parece una buena idea. Es lo primero. Lo otro es declarar que no se ha reunido en La Habana con representantes del gobierno deja la sensación de que está “tirándole piedras al Morro”, clamando contra la invisibilidad y, a la vez, ignorando a quienes en Cuba llevan el peso de la batalla y que, más que su pasado Peter Pan, se conocen al dedillo una realidad compleja que no se resuelve con mil cafeterías de esquina en manos de los cuentapropistas.
El problema de Cuba en estos cincuenta y pico de años no se puede abstraer de la política, sobre todo en un sistema en el que todo esta primado por ella. Si la economía ha sido secundaria en este medio siglo porque todo se subordina a la política, no puede pretender, creo yo, afrontar el dilema justo desde la perspectiva secundaria de la economía. Porque el problema del gobierno cubano no es económico, por muchos discursos de Raúl Castro que me contradigan, sino político.
Puede que para Saladrigas la economía sea primario, para él lo es indiscutiblemente, pero ha pecado de soslayar el resto de los factores que sí son fundamentales para alanzar cualquier cambio en el país, que es lo político y lo social.  A Saladrigas no le importan mucho las libertades siempre que no sea la económica, pero es que la economía es consecuencia de la existencia, no al revés, y él ha evitado tratar los temas humanos que aplastan al cubano de a pie.
Otra cosa es esa insistencia, que me suena inconsecuente, sobre la reconciliación. Primero deberíamos definir de qué se trata esa reconciliación entre los cubanos. Bajo mi punto de vista, no hay divergencias. Yo, que no soy Peter Pan sino que viví en Cuba hasta 1996, nunca experimenté esa división moral, ideológica y emotiva entre cubanos, bajo mi experiencia no existe. No hay que reconciliar nada entre cubanos. Saladrigas no es enemigo irreconciliable de su vecino, su primo, su tío, su viejo amigo del barrio que dejó en Cuba, Saladrigas es enemigo irreconciliable para el gobierno cubano, y eso no se dialoga con gente común, sino con aquel gobierno que comienza por, ni tan siquiera, recibirlo en casa.
Exitoso empresario, se ha empeñado quizás en transportar su experiencia de negocios al dilema cubano. Hay otras realidades concretas que aliviar primero y quizás se lo pudieran contar en La Habana los disidentes, los grupos de oposición, la gente que sufre esas presiones día a día. Pero Saladrigas parece que no trató de dialogar con ellos, sino con los sordos estratos del poder que lo ignoran. Y de paso con una iglesia católica profundamente cuestionada en la Isla.
Su visión está limitada, sus fuentes son tendenciosas, sus parámetros prejuiciados. Sin querer pecar de extremos, cosa que no me gusta pero que tampoco me importa, la solución cubana está por cambiar, no con pequeñas libertades económicas limitadas, sino lo sustancial. Es un problema de ideologías y, por ende, de política. Si no existe una plataforma conceptual, racional para desarrollar espacios económicos, no se puede construir en el aire. La autopista es demasiado resbalosa, insegura, alevosa. A no ser que Saladrigas opte por un remedo criollo del tergiversado sistema chino, notable por su enriquecimiento bajo preceptos alevosos como un paisaje aterrador a tres kilómetros fuera de Pekín y un acoso sin tregua a la dignidad y las libertades humanas.
Yo, personalmente, no quiero eso para Cuba. Tampoco me entusiasma ponerle mi otra mejilla a la dictadura cubana. Para intentar cualquier cambio real hay que empezar por lograr que salgan del poder los responsables del horror nacional. A quien Saladrigas debería pedirle montarse el tren de los cambios es a ellos y no a una diáspora (para mi exilio) apartada por la “revolución” de sus derechos de patria, expulsada de su tierra y privada de todo en Cuba, con la fuerza de los fusiles.