Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



jueves, diciembre 17, 2009

Al final, Marx es quien tiene la culpa

A propósito de la polémica sobre un artículo de Carlos Alberto Montaner titulado “La culpa fue de Marx”.
La teorización abstracta siempre me ha parecido coja, le falta la pierna de la realidad, de lo absolutamente concreto y vivencial. Cuando a inicio de la década de los ’90, Fidel Castro dijo que “Ahora sí vamos a construir el socialismo”, luego de 4 décadas de descalabros generales bajo un rótulo igual, confirmaba la abstracción de un concepto indefinible justamente por su inconsistencia práctica.
Hoy, apenas hace unos meses, Hugo Chávez ha repetido más o menos aquella frase asegurando que en Venezuela “Ahora vamos a construir el socialismo del siglo XXI”.
Lo trágico es que quienes se embroman en teorizaciones puras, terminan perdidos en los mismos laberintos de los constructores de todos esos comunismos y socialismos que se constituyeron en el cáncer político, humano y social del siglo XX.
Antes de Marx, (casi)ningún teórico se empeñó en decretar verdades absolutas. Es, justamente, la diferencia de Marx con quienes fueron sus puntos de partida, Adam Smith primero y David Ricardo después. Mientas que ellos plantearon propuestas económicas interpretadas desde sus ámbitos históricos (revolución industrial, nacimiento del capitalismo, etc.), Marx se instituyó con una suerte de filosofía político-económica (o al revés, de acuerdo al libro que leas primero) de planteamientos ineludibles, poseedor de la verdad total. Y ese es, justamente, su descendencia real, la de todos quienes quisieron llevar a la práctica una teoría incomprobable.
Y como muchos tomaron de Marx justamente eso, la verdad absoluta, sin sostén concreto, pues lo aplicaron desde sus propias perspectivas creando binomios como el marxismo-leninismo, que, a la postre, fue el más reconocible de todos y, por ende, la única acepción tangible y comprobable de una teoría abstracta.
Entonces, luego de casi 120 años, cuando se habla de marxismo, si no se limita la conversación al imaginario insostenible y se quieren poner los pies sobre la tierra, no queda más remedio que identificar tal teoría en la realidad histórica del siglo XX, desde la revolución rusa del 1917 hasta el siglo XXI. Lo demás es jugar a la sapiencia escolar.
Quisiera proponer el rol que jugó Marx y sus antecesores en la evolución general de la historia y las sociedades. Si algo me asustó del discurso electoral en la campaña de Barak Obama, fue, justasmente, la palabra cambio, y fue porque me rememora otra peor: revolución. Quisiera seguir confiando en que los procesos positivos, y sobre todo, perdurables, son evolutivos. Confío en la ascensión hacia estatus superiores a través del tránsito por una escala evolutiva. Compulsar ese desarrollo natural (y antropológico) con el rompimiento irracional de la revolución (o del “cambio repentino”) genera traumas sociales y, al final, implantación de sistemas insostenibles. Voto por la evolución, no por la revolución, y por el mejoramiento, no por el cambio, porque ambos toman lo mejor de lo creado para subir a un nivel superior.
Esa fue la diferencia que implantó Marx, la propuesta de un sistema político (era un activista además) y económico sin cuestionamientos, variables ni alternativas. Sus antecesores del capitalismo del siglo XIX, no se sostuvieron en esa premisa y está por comprobarse sin la propuesta marxista tuvo una real repercusión en la humanización del capitalismo decimonónico, creo que no, colocándonos en el entorno histórico, no creo que con la incapacidad de las comunicaciones y el empuje de la industria y la mano de obra de Inglaterra y las sociedades capitalistas de entonces, la limitada acción marxista haya podido pesar, sino que esa humanización paulatina (como la que ha sucedido luego de 1989, sin que Marx contara en ello) son productos de lo que hablaba, de la evolución propia de la estructura social.
Y es que esa identidad marxista fue, precisamente, la que generó a los llamados “burócratas del socialismo (o del comunismo)” que no son, en verdad, nada más que la continuidad interpretativa de un planteamiento que provocaba esa conducta y esa aplicación.
Por tanto, los “burócratas comunista” sí fueron y son, el ejército constructor de la propuesta marxista y, en la misma medida que sus aplicaciones fueron erradas, absolutas, retrogradas, antihistóricas y traumáticas a lo largo del siglo XX, en esa misma medida Carlos Marx tiene que asumir la responsabilidad paternal y generadora de ese horror del socialismo real. Digo, si es que reconocemos la valía del realismo histórica y dialéctico.
Por tanto, confirmo, quizás por caminos distintos a veces, iguales otras, que Marx sí tuvo la culpa y que el marxismo (con y sin apellidos) fue el razonamiento cardíaco del desastre del comunismo real que conocimos y sobrevive, aún peor, en Cuba o en Corea.

martes, diciembre 15, 2009

Al alba…, al alba….

La reciente cumbre del ALBA en La Habana, ha sido la definición de la verdadera conducta impropia de los regímenes de Cuba y Venezuela.
Quienes apostaron por la reaparición en público de Fidel Castro deberían estar convencidos, a estas alturas, de que Castro no va a reaparecer jamás. Quizás lo preparen para retar a Matusalén y cien años después, aún estaremos leyendo sus reflexiones y sus saludos diferidos a los mandatarios chinos gracias a la truculenta imaginación de las computadoras.
Fidel ha muerto. Todo parece indicar que, aunque puedan contener en público su constante drenaje fecal, se ha tornado imposible controlar el insólito drenaje verbal de un anciano incoherente, disparatero, con el “alemán” colgándole de las neuronas.
Entonces, coincidamos todos en que, si Fidel no apareció tras los anuncios de Chávez de invitarlo a participar de la cumbre del ALBA, es que no volverá jamás.
Enterradas las expectativas del regreso del hijo pródigo, vayamos a lo trascendental. El antiimperialismo voraz. La cosa no es de juego porque ya se veía venir el regreso (ahora sí) de los tiempos peores. Pero de todos ellos, con disposición coral.
Detallemos los desastres: primero, una economía en sus peores momentos (1992 a 1994); segundo, un estado de represión como en sus peores momentos (1973 a 1980); tercero, un afán guerrerista como en sus peores momentos (1963 a 1980); cuarto, un antiimperialismo voraz como en sus peores momentos (1968, 1973, 1980).
Lo que falta ahora es el dinero soviético y los aliados cegados del mundo.
Por ejemplo, más allá de Chávez y Venezuela, el régimen de La Habana no tiene una sola nación aliada con peso suficiente en la realidad (político, militar y económica) de Cuba. Podrían llegar, pero no creo que, por ejemplo, Corea esté dispuesta con su decadencia brutal, a meterse en este conflicto caribeño, y mucho menos Irán, que sería el otro candidato de fuerza. El resto de los países bloqueadas alrededor de Chávez en Latinoamérica, apenas pueden sostenerse ellos mismos (Ecuador, Bolivia y Nicaragua), mientras que Brasil, aunque torpe a ratos (Zelaya en la embajada brasileña en Tegucigalpa ha sido una penosa encerrona de la que Lula no logra zafarse) tiene demasiado en juego para abandonar ese vaivén disimulado que lo distingue: tantea pero no juega al duro.
O sea, que vienen tiempos combativos. Muchas movilizaciones ante supuestas agresiones yanquis, muchos lemas en las calles, discursos compulsivos, campañas diplomáticas y acusaciones a partir de los ecos cómplices en la prensa internacional.
Hay dos puntos neurálgicos en esta resurrección del infierno que planea el gobierno de La Habana. Uno es la guerra en el ciberespacio que le hacen los bloggueros y ante la cual no han encontrado (aún) la estrategia para combatirlos, exterminarlos, como no sean los actos de repudio y la cárcel por, por ejemplo, comprarse una cola de langosta; otra es la incredulidad patológicas de la sociedad cubana, que a estas alturas, no cree, lo que se dice, “ni en su madre”.
Pero para quienes, ante las posiciones ambidiestras del presidente Barack Obama, creímos que esa armonía presumida y ese diálogo anunciado iba a encontrar su fin, porque representaba para el gobierno cubano el riego de perder el mejor sostén a su tiranía, y para quienes dudamos de la voluntad del voto tibio y optimista al pragmatismo de Raúl Castro, este cumbre del ALBA es la confirmación pública de lo que, evidentemente iba a suceder. Porque 20 años no serán nada para Gardel, pero 50 son suficientes para conocer a la revolución cubana.