Blog de Luis G. Ruisánchez (2da. EPOCA)



viernes, diciembre 19, 2008

FELIZ 2009!!!


Junto a esta foto del yate El Pilar, de Ernest Hemigway, saliendo del puerto de La Habana en 1953, perteneciente a los archivos fotográficos de la revista Life, les envío mis mejores deseos para el año que comienza y la esperanza compartida de alcanzar todo lo bueno a que aspiramos y soñamos.
Un abrazo,
Luis G. Ruisánchez

miércoles, diciembre 17, 2008

Herencia, historia y dolor. Yo no puedo olvidarlo

Cuando llegas a la ciudad de Miami, lo primero que te muestran es la Torre de la Libertad, un edificio de corte mediterráneo, frío y bello a la vez, de fachada color mostaza, que acaba de ser declarado Monumento Nacional.
Su historia es nuestra historia. La emblemática torre del downtown de Miami lleva ese apelativo glorioso porque se convirtió en el refugio de los 265 mil exiliados que volaron desde La Habana hacia el sur de la Florida, en los famosos Vuelos de la Libertad, que cruzaban el estrecho canal dos veces al día entre 1965 y 1972.
Antes de los famosos vuelos, ya estaban en territorio estadounidense 270,000 mil cubanos exiliados. Un censo realizado en 2007 arrojó que hoy viven en EEUU, 1 millón 241 mil 685 ciudadanos nacidos en Cuba, más la descendencia directa de ellos, pero que ya son naturales de ese país.
Desde entonces, la Torre de la Libertad acunó, protegió e insertó a miles y miles de cubanos dispuestos a comenzar una vida nueva en la ciudad de Miami, a dónde llegaron sin un centavo, vacíos y anónimos, sólo agarrados a la esperanza.
El eterno segundón del gobierno cubano (hoy reducido a su enésima parte) Carlos Lage, ha declarado que “es un acto de barbarie prohibirle a un ciudadano visitar a su familia", refiriéndose a la prohibición de los viajes a Cuba que el gobierno de George Bush había decretado.
A mi no me cabe dudas de que es un acto de barbarie que atenta contra la libertad individual y es una bofetada a la nostalgia y los vínculos de afectos humanos. Lo que no acepto es que Lage se erija ahora, defensor de ese derecho.
Yo no se quién lo habrá olvidado, pero recuerdo en detalles aquellos años de represión feroz en Cuba contra quienes querían emigrar, la obligación a pagar su “culpa” por traicionar la revolución, despedidos de sus trabajos y, en calidad de prisioneros, llevados durante meses o años a trabajar en el corte de caña, lejos de sus casas y sus familias.
Hasta finales de 1979, cuando Cuba aceptó “la comunidad de cubanos en el exterior”, recibir una carta, una llamada telefónica o un envío de un familiar exiliado, era motivo de castigos severos. Por más de 20 años, una carta de tu hijo, tu hermano o tus padres, se pagaba con la desconfianza oficial, el estigma social y la separación del trabajo. Y pasabas a los registros de la inteligencia cubana.
Por más de 20 años, quienes se fueron de Cuba estaban imposibilitados de visitar la Isla por disposición de las autoridades revolucionarias.
Por más de 20 años, salir de Cuba fue imposible, tener un pasaporte estuvo prohibido.
Por más de 20 años, exiliarse era sinónimo de “gusano”, “apátrida” y el territorio nacional, tus derechos de cubano, tus pertenencias y tu dignidad quedaban reducidos a la nada.
La revolución cubana cumple 50 años, medio siglo de terror. Si por más de 20 años aquello fue disposición gubernamental evidente, por el resto de estos 30 años ha existido como el mismo odio disimulado.
Conozco amigos que han sido devueltos desde el aeropuerto de Rancho Boyeros en La Habana por su explícita conducta disidente, aunque sólo sea de conciencia.
Hasta hace apenas dos o tres años, los cubanos residentes en el extranjero estaban obligados a solicitar un permiso en sus embajadas que le permitieran o no, visitar Cuba. Hoy, eso ha cambiado insustancialmente. Aún hay que pedir esa autorización y ellos consideran si tienes o no el derecho de visitar a tus familiares en Cuba. Pero aún así, tener el permiso estampado en tu pasaporte no es una garantía. Al llegar a La Habana, pueden prohibirte el acceso al país y debes regresar desde el mismo aeropuerto, en el primer vuelo.
Hoy sigues perdiendo tus derechos nacionales cuando emigras. Es aún la misma concepción de que irte de Cuba es un destierro.
Pero Lage se otorga la libertad de decir que “es un acto de barbarie prohibirle a un ciudadano visitar a su familia". Es verdad, sólo que ellos son los bárbaros mayores, decanos y doctores. Ellos iniciaron y mantienen esa política inransigente, de odios y venganzas.
Lo más doloroso es ver cuántos cubanos olvidan estas historias. Cuántos han hecho mutis de sus memorias y a veces de sus propias experiencias, para condenar sólo una parte de lo condenable.
O ver cuántos cubanos que volaron a Miami desde aquellos Vuelos de la Libertad hasta hoy, practican la ingratitud y el olvido. Esa "selva contrarrevolucionaria miamense, intolerante y retrógrada", condenada por muchos de nosotros mismos, es resultado de la misma herencia adquirida, es la misma creación nuestra y es el reflejo de ese dolor que muchos han olvidado sin compasión, más intolerantes aún, más irreflexivos, más vanidosos.Y olvidadizos hasta la vergüenza.
Yo me inclino por el respeto a todos. Desde el niño que llegó una vez a La Torre de la Libertad despojado, sin familiares, aterrorizado, que dejó su padre muerto en un paredón de La Cabaña; o del que vino en una balsa a la deriva con el recuerdo de la dentellada del tiburón sobre el corazón de su madre; o del que voló feliz y pidió refugio al llegar a Miami. Todos tienen sus propios argumentos, sus propias razones, sus propias experiencias respetables porque todos somos victimas de la misma humillación.
Y aplaudo que la Torre de la Libertad haya sido declarada Patrimonio Nacional en EEUU. Tenemos que validar nuestros símbolos con la experiencia de este medio siglo que los tiranos y sus cómplices festejarán este primero de enero.
Esa Torre mostaza de estilo mediterráneo, Hialeah, la Pequeña Habana o el cementerio de cruces simbólicas por cada cubano muerto en su intento por escapar de la isla, son parte de nuestra verdad histórica, de la presencia de nuestra cultura, de nuestro rastro y de nuestra existencia y sobrevida, y de esta carga de dolor que arrastremos mucho más allá del final de la dictadura.

miércoles, diciembre 10, 2008

Sloopy Joe’s, entre las hendijas y la evocación

Acostumbraba a hacer la cola para tomar la ruta 22 en su parada inicial, al fondo del Palacio de Bellas Artes, en La Habana. Mientras esperaba la llega del ómnibus, me asomaba con afán de vouyerista, por la hendijas, entre las tablas que tapiaban el antiguo Sloopy Joe´s. Era un mundo de parálisis histórica, entre el polvo y la ruina. Dentro, permanecía la evocación perenne de la barra de caoba ennegrecida, banquetas olvidadas, antiguas fotos de boxeadores, barcos y artistas colgadas aún de las paredes del que fue uno de los más célebres bares del mundo.
Un día, muchos años después, me senté en las banquetas del Sloopy Joe’s de Kay West, al sur de la Florida. Fue la satisfacción de un antojo habanero. La misma identidad del ambiente enrarecido, las fotos en la pared, la barra ennegrecida de caoba. Pero 90 millas al norte de La Habana, este Sloopy Joe’s no era aquel que escudriñaba por las hendijas de las tablas, a pesar de que por las calles de Cayo Hueso, llenas de viejos rockeros y hippies empecinados, vagaban aún la memoria de José Martí y el mismo fantasma pintoresco de Ernest Hemingway.
Hoy, he descubierto esta foto del actor Spencer Tracy en el Sloopy Joe’s de La Habana, en 1958, gracias a que Google colocó el archivo fotográfico de la revista Life, al alcance de un click, como uno de los obsequios gráficos más importante de la cultura universal.

Tony Montana, 25 años después

Tony Montana cumplió 25 años. No de plena juventud, sino de plena vejez. La famosa película Scarface, que se estrenó en diciembre de 1983, es ahora cine viejo, pero, paralelamente, se ha convertido en un clásico de la evocación, la violencia y el lenguaje soez de sus personajes.
Entre los agradecimientos eternos está el estrellato de Michelle Pheiffer, una de los más sensuales rostros del cine que van desde la fiereza mujeril hasta la candidez romántica con una facilidad que alarma.
Otro es de carácter nacional. Tony Montana es un exiliado cubano del Mariel, aquel éxodo masivo de 1980 que metió, gracias a la pericia y el indecoro del régimen dictatorial cubano, a miles y miles de criminales en EEUU, sacados de las cárceles de la isla directo a los refugios de la Torre de la Libertad, frente a la bahía de Miami.
El gurú cubano de la cocaína que interpretó Al Pacino quedó como un icono de la sobreactuación, en consonancia con esa grandilocuencia falsa de la película que dirigió Brian de Palma sobre un guión de Oliver Stone.
La vi primera vez en casa de Fantomas, mi amigo de la Virgen del Camino. Había comprado en el mercado negro una video-cassetera y la película en una copia BHS en blanco y negro. Fue un acto casi delictivo, de insubordinación política, encerrados en el cuarto de la casa.
Lo peor era que Tony Montana, lejos de ser el antihéroe pretendido por De Palma, fue en La Habana de entonces, una figura emblemática. Un duro cubano del Mariel podrido en dinero y mandamás en Miami, capaz de bailar en casa del trompo. Montana fue imagen del triunfo en un país dónde los valores se perdían en medio de la miseria y las prohibiciones y cualquier cosa, por discutible que fuera, como ser zar de la droga, resultaba una señal de éxitos cuando alguien se escapaba del encierro nacional de la dictadura.
Por eso celebro los 25 años de Tony Montana. No los 24 muertos por segundo de celuloide, las montañas de cocaína, las malas palabras constantes de Al Pacino, los epítetos que se lanzan en los diálogos contra negros, latinos y mujeres. Scarface es un monumento a la negación, una blasfemia al respeto, la cordura y los derechos. Pero ha quedado como un filme referencial, es uno de esos fenómenos del arte que, sin saber por qué, no se pueden evitar.